21 de abril de 2010

Destino.

- La ves, ¿no? Allí está… a tu alcance… cógela. Toda tuya.

Allí estaba. En el extremo más alejado del salón. Un par de escalones de piedra hacían destacar el otrora hermoso trono de plata. Lo decoraba un enorme y mullido cojín de terciopelo rojo. Y sobre él… descansaba su destino.

Miró por última vez a su acompañante, el que había hecho todo lo posible porque todo acabara bien, para que culminara su misión, su deseo. Llevaba un parche en el ojo, el otro brillaba como carbón encendido. El pelo rubio pajizo le caía por la frente. Edén le sonrió.

- Adelante. Todo lo que quieres está allí. Una vez que la hayas tomado… lo demás vendrá solo. Ya verás. Cree en ti. Puedes hacerlo… vamos.

Sin dudar más, se alejó en dirección al trono. Atravesó una estancia sumida en la oscuridad, en las más profundas tinieblas que ni su alma podía igualar. Solo algunas teas ardientes dibujaban tétricas sombras a su alrededor. Tembló. De miedo. De ilusión. Pasó entre columnas de piedra gris… sus pasos alzaban nubecillas de polvo de la antiquísima alfombra roja que le indicaba el camino.

Tomó aire. Subió uno, dos escalones. Se detuvo ante la argéntea maravilla. Decorado con miles de filigranas, aquel trono había visto caer imperios, muertes, sacrificios, justicias e injusticias. Ahora solo veía el polvo flotar ante él.

El chico de los ojos raros se echó el cabello negro hacia atrás, y tras un resoplido, agarró con firmeza la empuñadura de la daga que descansaba en el cojín. Con la otra mano tomo la vaina.

Atrás… Edén le miraba con su ojo. Sonreía. Asintió.

Yo era como él, pensó. Yo también aspiraba a lograr mis sueños… a hacer lo imposible posible… yo también creía… pero ya… ya no… eso pasó. Que no se entere nunca de eso… que no se entere de la realidad… aun no… que viva un poco más… que la ilusión le ayude a vivir… al menos… un poco más…

Azhar le devolvió la sonrisa. Con un destello de sus ojos bicolores… apretó con ambas manos su Destino y tiró, trazando un arco con el brazo. Con fuerza, con poder. Con el poder de su interior… su poder.

Un resplandor crepuscular y maravilloso inundo todo el salón. Relampagueante, esbelta, salió a la luz de sí misma la blancura perfecta de la daga de cristal. Ella sola lo iluminaba todo… transparente y afilada representaba con su brillo la férrea voluntad del Portador.

Examinó su manufactura… finos trazos hendían el filo, palabras de fuerza, de esperanza, bonitas palabras con las que escribir Destino. Clavó su mirada de nuevo en su compañero. Le miraba sonriendo aun más, fascinado.

A la luz del Destino… ambos sonreían… la sonrisa de quien creía frente a la de quien había creído… la más feliz… contra la más falsa y triste del mundo.

Deslumbrados… ninguno vio las gotas de sangre con las que la daga había decorado la pared al liberarse de su encierro.

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