5 de mayo de 2014

Identidad.

- ¿Dónde está?
- No lo sé.
La voz le salía herida, sibilante por los huecos que dejaban sus dientes rotos.
- Lo sabes muy bien.
Agarrando su mano, la plantó con fuerza encima de la mesa. El cuchillo, apretando sus nudillos, empezaba a dibujar un reguero de sangre sobre la piel.
- ¿Cuántos dedos más quieres perder antes de hablar?
- Los perderé todos antes de ayudarte a conseguir lo que quieres.
- Respuesta incorrecta.
Pese a que el grito fue fuerte, sorprendentemente no logró esconder el chasquido de sus huesos al romperse, la sangre salpicando contra la madera. Billy End cerró los ojos, debía seguir adelante.
- Lo peor de perder los dedos es que después tendré que cortarte otras cosas. – Haciendo un ademán, el contramaestre acudió con rapidez. – Curtis, cúrale los tres nuevos muñones antes de que se desangre y devuélvelo a su celda. Muerto no nos vale para nada.
- Como ordenéis, señor.
Billy desvió la mirada, asintió en silencio y salió de la habitación. El crujido de los huesos de aquel hombre aun reverberaba en su cabeza; aunque procuraba no implicarse, mantener su alma lejos de todos los actos que cometía, aquel crujido había levantado una polvareda en su interior, ¿hasta dónde sería capaz de llegar?
Pensó en ella. Pensó en la promesa que le hiciera con cinco años. Quizá le hubiera olvidado, quizá estuviera muerta, quizá simplemente ya nada tenía sentido. Y sin embargo… no podía abandonarla. El único problema era que pasaría cuando la encontrara, ¿Y si no era capaz de reconocerle entre tanta crueldad? ¿Y si ya había dejado de ser él mismo cuando lograra su objetivo?

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