- ¿Dónde está?
- No lo sé.
La voz le salía herida,
sibilante por los huecos que dejaban sus dientes rotos.
- Lo sabes muy bien.
Agarrando su mano, la
plantó con fuerza encima de la mesa. El cuchillo, apretando sus nudillos,
empezaba a dibujar un reguero de sangre sobre la piel.
- ¿Cuántos dedos más
quieres perder antes de hablar?
- Los perderé todos
antes de ayudarte a conseguir lo que quieres.
- Respuesta incorrecta.
Pese a que el grito fue
fuerte, sorprendentemente no logró esconder el chasquido de sus huesos al
romperse, la sangre salpicando contra la madera. Billy End cerró los ojos,
debía seguir adelante.
- Lo peor de perder los
dedos es que después tendré que cortarte otras cosas. – Haciendo un ademán, el
contramaestre acudió con rapidez. – Curtis, cúrale los tres nuevos muñones
antes de que se desangre y devuélvelo a su celda. Muerto no nos vale para nada.
- Como ordenéis, señor.
Billy desvió la mirada, asintió
en silencio y salió de la habitación. El crujido de los huesos de aquel hombre aun
reverberaba en su cabeza; aunque procuraba no implicarse, mantener su alma
lejos de todos los actos que cometía, aquel crujido había levantado una
polvareda en su interior, ¿hasta dónde sería capaz de llegar?
Pensó en ella. Pensó en
la promesa que le hiciera con cinco años. Quizá le hubiera olvidado, quizá
estuviera muerta, quizá simplemente ya nada tenía sentido. Y sin embargo… no
podía abandonarla. El único problema era que pasaría cuando la encontrara, ¿Y
si no era capaz de reconocerle entre tanta crueldad? ¿Y si ya había dejado de
ser él mismo cuando lograra su objetivo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
El reflejo de tu alma...