14 de junio de 2010

Viajero de la vida.

En silencio, como un fantasma, se deslizaba por la calle. Solo las intermitentes ventanas llenas de luz le hacían ser algo, alguien… siempre por poco tiempo, pues su rápido caminar pronto le volvía a sumir en las sombras.

Encapuchado. Solo la luna velaba sus pasos. Ahora solía viajar de noche. Dormía en pensiones baratas, apenas comía. La vida de viajero solo le recompensaba con la soledad, con la melancólica tristeza del sentirse vacío en cualquier parte, incluso en las plazas atestadas de gente.

Introspectivo y cabizbajo, llegó a su destino. Un destino difuso, indefinido.

Una ajada puerta de madera le sumergió en un antro lleno de humo. El olor a tabaco era insufrible. Sus ojos, ahora tricolores, apenas vislumbraban las paredes y el techo del local. Voces salpicaban aquí y allá, en ningún lugar concreto.

Un recuerdo le asaltó, de improviso:

- Azhar, odio el tabaco – Alea puso un mal gesto mientras declinaba su ofrecimiento – mi padre solía fumar también… nunca pude estar en la misma habitación con él.

Se llevó la mano al rostro mientras se dejaba caer en un banco, al nubloso fondo de la sala. Odiaba el tabaco.

- ¿Que desea? – con esfuerzo alzó la cabeza, su cara tiznada de negro, arañada, sus ojos rojos. Una guapa camarera esperaba una respuesta.

- Tantas cosas…

- ¿Perdone? – su voz había sido un mero susurro.

- Una jarra de cerveza.

La chica se alejó. De pronto, otro recuerdo:

- Chico, ¿no se te olvida algo? – Eón le tendía un mapa arrugado, ante el gesto interrogante de su amigo prosiguió – ¡las gracias! Nunca debes perder la educación. Dice mucho de la persona…

- ¡Gracias! – la joven lo oyó y le sonrió. Solo por eso, se daría más prisa con el encargo.

Suspiró.

- Ves. Todos estamos contigo – Alzaín estaba sentado a su lado, con su mirada gris y su voz tranquila acunándole en su llanto. – ahora y siempre. Vayas a donde vayas estaremos contigo. ¿Por qué? Porque ya formamos parte de ti. Una parte de nosotros está en tu interior… procura no olvidarlo, chico.

La única respuesta que obtuvo fue la respiración acompasada que emergía de las profundidades de la capucha: Azhar, se había dormido.

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