Martillazo invisible. Aunque alcé la cabeza, ante mí no se encontraba ningún juez. Ni estaba sentado en el estrado. Y aquel de allí no era mi abogado.
En el lugar del tribunal tampoco había nadie… destacaba la extraña presencia de un espejo con el marco de plata. Orientado hacia mí, me vi, me oí. Una cacofonía de voces en mi cabeza. Y sobre ellas, una más fuerte, que me hizo reaccionar a tiempo.
La di las gracias en silencio, ese, y no otro, era el argumento que necesitaba.
Porque pese a que nadie me acusaba, pese a que aquello no era un juicio… yo, me sentí culpable.
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El reflejo de tu alma...