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Ambos se miraron. Cada mirada atraída por la otra como atadas por brillantes hilos de luz. Su voz, que era en realidad la de los dos, quebró dulcemente el silencio:

- ¿Me olvidarás?

- Cada día de mi vida – respondí – pero lo haré sin querer. Lo haré porque para poderte recordar tal y como eres, he de olvidarte. No se pueden recordar las cosas que no se olvidan: si quieres que te recuerde siempre… quieres también, inevitablemente, que te olvide.

El silencio volvió a reinar, porque las sonrisas no hacen ruido.

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Sonia! ;D