Temores.

- Y tú, ¿a qué tienes miedo? – preguntó sin mirarle a los ojos.

- ¿Yo? Yo… a tantas cosas… ¿seguro que quieres escucharlas?

- Quiero.

- Yo… tengo miedo… - tragó saliva – a que llegue un futuro en el que crezca demasiado, o demasiado poco, y no estar nunca a la altura. Tengo miedo de que el pasado, con sus recuerdos, me atormente más de lo debido; de cerrar los ojos, por si todo, tu incluida, desaparece. Me asusta pensar que un día no me esperes si llego tarde, mirar a los lados y no ver nada. Tiemblo al pensar en olvidar, pero también en recordar. Temo que cuando te necesite no estés ahí, que quiera oír tu voz y el contestador me lo impida… me atemoriza que un eclipse dure para siempre, que cuando mire el cielo no sea azul sino gris, el gris de las nubes de tormenta, que las estrellas desaparezcan y las noches estén vacías de su luz, que es tu luz, por siempre… Pero sobre todo… tengo miedo de la soledad.

- … - sobrecogida, solo pudo susurrar, con una tímida sonrisa – a eso… a eso no tengas miedo, yo estaré por aquí siempre. Nunca estarás solo.

- No, - aclaró - no es… esa soledad a la que me refiero, sino a una soledad interna, a que… nunca nadie sepa lo que digo solo con una mirada, a que los mensajes que mis palabras, y mis silencios, esconden nunca sean encontrados, a que nadie me entienda de verdad… a que nadie venga y diga: yo he venido aquí para quedarme. A eso… a eso es a lo que yo, más temo.