31 de octubre de 2011

Niño u hombre.

La voz abandonaba su garganta arrastrándose despacio, a tirones. Se mostraba perezosa, somnolienta, embutida quizás en el sopor propio de la gran borrachera que llevaba su dueño.
- Pues eso, que aun no entiendo quien eres y que haces aquí. – el hombre de pelo corto le miraba con algo parecido a una volátil firmeza desde el fondo de su jarra de cerveza. Sus puños eran grandes, los brazos, velludos y potentes, recordaban al muchacho a los enormes troncos de las Montañas del Fin del Mundo.
J. dudó si responderle. Había sido obligado a acudir con ese hombre a aquella inmunda taberna. Se suponía que debía enseñarle la ciudad, no solo los burdeles más frecuentados.
- Soy el aprendiz del Maestro Gris…
La carcajada que irrumpió entonces la sala fue demasiado estruendosa, incluso para un hombre tan grande como él.
- ¿El Viejo Lobo al fin decidió hacerse con un niñito al que enseñar? – un sonoro eructo le impidió seguir hablando durante unos segundos. J. bajó la cabeza. – Irónico… irónico… se le ocurrió algo tarde, ¿no? quiero decir… ahora está muerto… ¿no? Por eso estáis aquí…
J. se mordió la lengua para no explotar. Sus ojos, entre el humo del tabaco que embriagaba el aire, destilaban una ira altamente inflamable. Trató de serenarse, le convenía caer bien a aquel hombre.
- Si. Por eso estamos aquí.
- ¿Sabes? No me caes nada bien, niño.
Ambos, joven y viejo, generaciones distantes pero aun así cercanas, compartieron una mirada confidente. La voz, antes ruidosa, se convirtió ahora en un sinuoso susurro.
- Te he estado observando. La ropa te queda grande. Esa espada que llevas a la espalda no fue hecha para ti, no lleva tu nombre. Las huellas – tomó aire – que tus sucias botas dejan no son tuyas. Has tenido que hacer tu mismo un par de agujeros más al cinturón.
J. comprendía perfectamente adonde quería llegar, pero no hizo ademán alguno para detener sus palabras. Se conformó con apretar fuertemente los puños bajo la mesa.
- No sé quién eres, chico, pero esto no es un juego. Que el Viejo Lobo te rescatara del terrible hogar donde vivieras no te da razón para estar aquí. ¿Sabes lo que ocurre cuando un Maestro muere antes que su aprendiz? – J. lo sabía – Que a él se le sacrifica también. Al menos esa era la costumbre, un corte rápido y… bah. – Tomó otro trago de cerveza, casi en silencio – Ahora somos demasiado pocos para permitirnos semejante perdida, incluso para tratarse de ti.
- Sé perfectamente que esto no es juego…
- No he terminado de hablar, muchacho. ¿Es que tampoco te enseñó modales? Puede que esté borracho… pero eso no me hace estar exento de algo de cortesía.
El labio inferior de J. lloró lágrimas de sangre mientras ahogaba en ellas su furia desmedida. Respiró una, dos, tres veces el aire irrespirable de la sala común.
- Puede que no sepa quién eres, pero si tengo claro lo que eres. – Hizo una pausa antes de seguir. Se perdió en los ojos oscuros del joven. - No eres más que un niño vestido de hombre, chico. Buscas tu verdad, pero siendo tú mismo no la encontraste y ahora… ahora finges ser un hombre para encontrarla. No sobrevivirás… a los niños les salva la piedad, la misericordia. A los hombres su fuerza, su astucia… a los niños que se creen hombres no les salva nadie. 

1 comentario:

El reflejo de tu alma...