2 de abril de 2010

La excusa más cobarde es culpar al destino.

Solo.

Él, no tenía los ojos bicolores.

Sentado en las escaleras de piedra del viejo ayuntamiento, esperaba, con la mirada prendida en el dulce cielo color añil. Surcado por algunos retazos de nubes blancas, impedían el creer que el mundo se había vuelto del revés: que el océano se te caería encima, justo antes de que tú cayeras en el cielo.

Lanzaba hacia arriba un móvil cubierto de arañazos, solo para volverlo a recoger momentos después… o, si calculaba mal, como ya había ocurrido varias veces antes… para añadir otro golpe a la colección.

Escalofríos: hacía frío esa mañana. Se apretó más contra el escalón.

Suspiró.

- Buenos días.

- Hola – dije volviendo la cabeza sorprendido, no le había oído llegar.

Era un hombre mayor. De gesto arrugado y ojos amables, coronaban su cabeza algunos mechones blancos. Se apoyaba en un viejo bastón de madera, a la vez que me miraba con curiosidad.

- ¿Qué pasa? ¿Qué haces por aquí? – la amabilidad pintaba sus palabras.

- Solo… pasaba el rato… dejaba correr el tiempo…

- ¿Solito? – parecía que se sorprendía.

- Solito.

- Pues vaya…

Suspiré.

"La soledad solo es bonita cuando tienes con quien compartirla" =)

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