22 de diciembre de 2010

La Ciudad de los Juguetes Rotos.

- Ithan… despierta…

Algo se sacudió en las profundidades de su mente, un chisporroteo de luz que, cual reguero de gasolina, prendió la oscuridad reinante en su cabeza, haciéndola explotar en llamas…

Abrió los ojos de golpe, intimidado por un fuego inexistente, por unos temores que solo él era capaz de entender. La mano de Sophora acudió pronto a su encuentro para apoyarle, para hacerle saber que no estaba perdido, donde quiera que se hallasen.

- ¿Dónde estamos? – secándose el sudor de la frente miró con unos ojos parcialmente velados a su alrededor.

Era como una habitación de hotel, salvo porque la cama era un puñado de paja, las paredes estaban acolchadas de rocas, musgo y raíces, y en vez de una bonita puerta ornamentada les daba la bienvenida una infinita hilera de rejas de metal.

- Mierda. – Ithan intentó ponerse en pie pero no lo logró, la desesperación le hizo volver a caer sobre el regazo de Sophora. – Tenemos que salir de aquí… yo... no soporto los espacios cerrados… tenemos que salir…

- Los espacios cerrados… ¿padeces claustrofobia? – el joven no se había percatado nunca de lo bonitos que eran los ojos de aquella muchacha. Oscuros, a juego con un cabello que ahora sucio y enredado, mostraba un precioso color miel a la luz del sol.

El estridente chirrido de una llave en la cerradura ahogó sus palabras en un mar de miedo: las tres personas más extrañas que Ithan hubiera podido imaginar entraron en la celda, vestidas con harapos, mostrando semblantes sin expresión.

- Nos vamos, levantaos – la voz que abandonó la garganta de aquel hombre no era en ningún caso humana. Carente de ninguna emoción, metalizada, recordaba vagamente a la de un autómata.

Las pupilas de Soph se dilataron bravamente cuando el ser sonrió: todos sus dientes eran de hierro, sus labios mera piel mortecina irritada por el perpetuo contacto con el frío acero.

Entre todos les pusieron en pie y les sacaron de la mazmorra, más a empujones que caminando, atravesaron sombríos corredores bajo el ritmo del eco de sus pisadas hasta que,  con un resplandor, una gran arcada se abrió ante ellos.

Y entonces Ithan tembló, no por lo que dijeron, sino, más bien, porque empezaba a ver las particularidades de esos hombres: el de los dientes de hierro le abrió el camino a percibir los bigotes de gato del rostro del más alto, los cientos de púas que brillaban en la espalda del tercero como un enorme erizo bípedo.

- Bienvenidos… - susurraron a coro – a la Ciudad de los Juguetes Rotos.

1 comentario:

  1. ¿Cómo decir lo mucho que me acaba de gustar este relato tan corto? Cuando llegué al final, moví la rueda del ratón... ¿No hay más? ;) Me gustó mucho, por como redactas (que en ocasiones me recuerda a mi propio estilo), las palabras que usas, los recursos, y la historia, por supuesto. Esa forma de mezclar la fantasía en un cuento tan corto es genial. ^^
    Me gusta, me gusta, me gusta :D

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