24 de diciembre de 2010

Leo.

Le gustaba mucho aquel lugar. Sentado a una mesa de madera, desde todas las paredes le miraban preciosos cuadros de paisajes, pinturas al óleo hechas por algún anónimo artista en momentos de inspiración. Un jarrón con flores en el alfeizar, olor a pan recién hecho en el ambiente.

- Aquí tienes Leo – Anna le tendió un trozo de bizcocho y se sentó frente a él, observándole con aire atento. - ¿Y ese sombrero tan bonito? ¿De dónde lo has sacado?

- Me lo ha dado un hombre en la calle – con los carrillos llenos de comida, apenas se le entendía lo que decía. – me dijo que podía irme con él, que me iba a enseñar el arte de la magia, que me convertiría en un hombre de… de… de bien sí, eso dijo.

Anna no se esperaba para nada una respuesta como aquella. Vaciló unos segundos antes de volver a romper el silencio.

- ¿Quieres ir con él? – tenía miedo de lo que contestaría. Apreciaba a ese niño como si fuera su hijo, le ayudaba en todo lo que podía, intentaba que el mundo de la calle no se lo llevara adonde no pudiera seguirle.

- No lo sé.

Un rayo de sol se coló por la ventana, pero no evitó que el chiquillo temblara. No porque tuviera frío, aquel temblor era la consecuencia de la debilidad que se había apoderado de su alma. Siempre solo, siempre errante, aquel niño aun no había aprendido a luchar contra un destino injusto, contra el mal que le había hecho caer ya miles de veces pese a su corta edad.

Pero lo haría, aprendería a luchar, a buscar la luz de la esperanza… cambiaría.

Y el mundo cambiaría con él.

2 comentarios:

  1. Muy bueno, Marco, eres muy bueno. Me gustan muchos tus relatos.
    Feliz navidad :)

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  2. Muchas gracias! =)
    No sabes lo necesario que era un comentario en este momento.
    Feliz Navidad =)

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