4 de septiembre de 2011

J.

El Maestro Albino nunca reconocería que no vio su potencial al primer momento. Siempre que le preguntaran diría que desde que sus ojos se encontraron, supo de lo que sería capaz. Simplemente, era demasiado orgulloso.
Para el Albino, era una anomalía en el género humano. Tan acostumbrado a clasificar a todo aquel que conocía, se encontró con un grave problema cuando J. entró en su vida. En contraposición con el resto, J. era un puzle de tres mil piezas, y no el pasatiempo de un bebé. Era extremadamente complejo, como un poliedro de revolución, como la imagen que un caleidoscopio siembra en la mente, formada por millones de colores y de formas distintas.
Debido a su infancia, J. era duro, resistente. No había crecido con facilidades, lo que forjó un carácter firme pero también sereno. Medía cada palabra al hablar, colocándolas con cuidado, mimándolas. El hecho de que hubiera vivido en un monasterio no le convertía tampoco en un muchacho devoto o en un fanático. J. sabía la utilidad de la fe, la respetaba y puede que incluso la temiera, pero no la abrazaba. Gracias a esto podía tratar con gente de la Orden sin problemas, sin meter la pata con sacrilegios que echarían a perder cualquier atisbo de futura amistad. Podría decirse que J. era en parte un manipulador. Y puede que lo fuera, pero no era esta más que otra rama del infinito árbol que era su mentalidad.
Meticuloso, inteligente, astuto, callado. Aquel Maestro no podía creer la suerte que había tenido, J. era puro fuego, indómito, salvaje, luchador, aguerrido. Cuando le preguntó si tenía algún amigo, negó con la cabeza. La amistad no le había debilitado por dentro, era libre de traiciones, de distracciones. No tenía nada que perder, y esa era precisamente una de las fuentes de su fuerza.
El Albino sabía que, llegados a este punto, era un verdadero reto el que lo hubiera tomado como Aprendiz. Intentar influenciar o moldear su personalidad era imposible, era como intentar penetrar en un laberinto entre la niebla, pronto perdía el camino.
Y por eso era, precisamente, por lo que sería su Aprendiz. No le cambiarían, sus enseñanzas únicamente complementarían a un joven que estaba destinado a algo grande, no a servir en un monasterio.
El Albino sonrió con condescendencia. Tenía ante sí el mayor desafío de su vida.
Y bajo ningún concepto pensaba dejarlo escapar.
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Si hay alguien ahí decir que últimamente no estoy pasando por ningún blog, el martes acabo los exámenes y me pondré al día! Volveré! =P

1 comentario:

  1. Me ha encantado! Definitivamente has madurado como escritor, ojalá yo también encuentre la circunstancia para hacerlo.

    Un saludo!

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