13 de octubre de 2011

Adelante marinero.

No se recordaba una tormenta así en las Islas del Triangulo. El viento procedente del oeste había adquirido, esa noche, una fuerza desmesurada.
                Kelly, curtido en mil batallas, tenía en ese momento casi tanto miedo del Mar Bravo como de su madre. Desde aquel día hace cinco años, en el que robó su caja de caudales y huyó de casa, vivía con el temor de que un día le encontrara y le obligara, no a devolver el dinero, si no a volver a esa mugrienta casa con olor a gato y tabaco.   
Nunca quiso ser tabernero. Ni pescador. Ni vendedor de cerillas en la Plaza de Acogida. Ni contable. Ni rey. Él quería ser él mismo, y eso sus padres no lo entendían. Así que un buen día en el que el cielo reverberaba con el olor de la lluvia y los truenos, huyó del Puerto. Tenía solo quince años…
- ¿Qué cojones te pasa ahora, Kelly? – Matt no se caracterizaba por su paciencia, precisamente. – Llevas unos días que parece que te hayas dado un golpe en la cabeza. Eso, has bebido demasiado, o estás enamorado. No sé que posibilidad me asusta más, muchacho.
- No ocurre nada, Señor. – Respondió con una carcajada. Pese a que muchas veces le tratara como a un novato, en el fondo le había cogido cariño. – Solo pensaba en el futuro.
- ¿Futuro? – El viento hizo entonces acopio de valor y restalló contra las velas mientras una lluvia cada vez menos ligera y más dura, le socavaba la piel desnuda de los hombros. – No habrá un futuro si no damos media vuelta y salimos de esta condenada tormenta.
Kelly abrió los ojos. No podía estar hablando en serio.
- ¿Dar la vuelta? Señor, nos esperan en el Triangulo. Hay mujeres embarazadas a bordo que necesitan un médico. No tenemos apenas alimento, aquí las corrientes… - una enorme ola inundó parte de la cubierta. Tragó litros de agua salada antes de toser y poder continuar. – Debemos seguir adelante, Señor.
Matt cogió un cabo suelto al vuelo y lo ató con la fuerza de sus impresionantes músculos al palo mayor. Le sorprendía aquel muchacho. Mostraba unas agallas más propias de un guerrero que de un simple marinero. Nunca lo diría en voz alta pero dio las gracias de que se encontrara en la Niña Gris.
Silencio. Ninguno de los dos habló mientras un suboficial se le acercaba para exponerle la situación. El casco estaba dañado en exceso. En cualquier momento comenzaría a entrar agua. Ambos fueron conscientes del peligro que corrían, de que todo capitán debía hundirse con su barco.
- Seguiremos adelante, Kelly. Reza porque no te vea en el infierno, marinero, o te tatuaré en el culo la marca de mis botas.
Kelly rio de buena gana. Ese tatuaje sería el recuerdo perfecto de que nunca se había rendido, de que hasta el final había seguido adelante. 

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El reflejo de tu alma...