8 de marzo de 2012

Rey de Reyes.

“Una persona sin fe es lo mismo que un hombre con el corazón roto.”
Habría considerado el recuerdo estilísticamente bello de no hallarse allí de pie, solo, con las manos cubiertas de sangre negra. Aun la sentía caliente, cosquilleando entre sus dedos mientras, al otro lado de la mesa, el Rey que no era Rey, que era Esclavo, terminaba de morir entre sollozos sanguinolentos.
- ¿Dónde están los niños?
Ithan sabía perfectamente los minutos que le quedaban de existencia. La flecha, con un par de plumas negras en el extremo, aun sobresalía como la afilada astilla de la vida,  un par de centímetros por debajo del vientre del Rey Esclavo.
- Al infierno los niños. Si yo no pude tenerlos nadie los tendrá.
Más sollozos. Con un jadeo, el Esclavo tomó un trozo de carne del plato que tenía más próximo. Hincó el diente en él a través de las lágrimas.
La llamaban Ciudad del Revés. Los rumores decían que su rey era el mejor rey. Que los ciudadanos, todos y cada uno, tenían tantas posesiones y dinero como él, mandaban casi tanto como él y vivían tan bien como él. Los rumores decían que allí no había esclavos ni pobres. En la Ciudad al Revés cada uno era su propio rey, decían. Nadie nunca hablaba de que ese mismo Rey de Reyes se comía cada noche un niño para cenar.
- Las palabras aun pueden sanar tu herida. La pérdida de sangre no es todavía ingente, aun… aun podrías vivir. Solo tienes – hizo una pausa. No le gustaba mentir, incluso a tipos como aquel. – que decirme donde están los niños.
Hipidos. Una arcada. Al olor de la carne grasienta, de la sangre y el sudor se le unió ahora el del vómito. Ithan no bajó la mirada.
- ¿Por qué iba a querer sanar mi herida? Es lo mejor que has podido hacerme, te estoy tan agradecido… de no estar empalado en esta silla me levantaría a darte un abrazo, amigo.
No aguantó un segundo más, la paciencia de Ithan se consumió como la llama de una vela bajo la ventisca. En tres grandes zancadas abarcó el espacio que los separaba y le tomó del cuello de la mugrienta camisa de seda roja que disimulaba, tan solo en parte, que aquel hombre ya estaba muerto.

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