11 de junio de 2012

El Gato.

- Un segundo, yo… yo te conozco.
Afuera, un sol perezoso y somnoliento había decidido que era la hora de sumir el mundo en las sombras. Alargadas, juguetonas, estas se colaban por los bordes de las cortinas de terciopelo y alcanzaban a iluminar tímidamente a los ocupantes del pequeño salón.
Christien dejó con cuidado el vaso de cristal en la mesita auxiliar y clavó sus ojos verdes en aquella mujer.
- ¿Disculpe? Creo que se equivoca, señorita.
Acompañó su respuesta con una sonrisa afilada y un elegante ceño ligeramente fruncido.
- Y ahora Conde Icaldi, me gustaría saber si ha visto alguna vez a la joven del retrato. No creo que haga falta recordarle lo rica que es mi familia y que, como último heredero vivo, tengo completa libertad para disponer de mis fondos como me de la real gana.
Tendiéndole el dibujo a través de la mesa labrada de sauce, esperó impaciente. El hecho de que Elessen le hubiera reconocido después de ciento veinte años no hacía más que acentuar su inquietud. Debía salir de allí, y pronto.
- Me temo – irrumpió Icaldi dubitativo, ajeno a sus pensamientos – que no recuerdo haber visto a esta muchacha en mi vida. ¿Hace cuanto estuvo aquí?
El Rey había hecho bien su trabajo.
- Años. Puede que diez, puede que incluso – Christien apuró el licor de un trago – trece. No puedo estar seguro.
- ¿Trece años? Imposible. Hace trece años yo aun era caballerizo de mi padre, no prestaba atención a…
- No hay nada imposible, se lo aseguro. ¿Caballerizo? Esa chica debió llegar a caballo. Haga memoria de nuevo, y piense que hay mucho dinero en juego… por favor.
Numerosas arrugas se apoderaron de la frente del Conde mientras volvía a examinar, más detenidamente esta vez, el boceto.
- Espere, ¿Qué le ocurre en los ojos?
Sonrió. Y es que Christien estaba esperando la pregunta: el hecho de que una persona tuviera las pupilas verticales no acostumbraba a pasar desapercibido.
- Eso es lo que trato de averiguar. ¿Lo ve? Dijo que era imposible cuando lo realmente imposible es olvidar a alguien con esos ojos tan peculiares. ¿Recuerda ahora?
Algo revoloteó en la mente del Conde. Unos ojos de gato escondidos tras una cortina de cabello castaño. Fue solo un segundo pero…
- Si. – Tragó saliva – Ahora la recuerdo. Me llamó la atención pero aquel día hacia calor, pensé que fue una alucinación, pensé que lo había imaginado.
Lo sabía.
- ¿Qué camino tomó? Dígame todo lo que recuerde de esa chica. Todo.
- Ya sé quién eres. ¿Christien Treewolf?
Mierda, mierda, mierda.
La mujer, situada a la derecha del gran sillón del Conde, sonrió triunfante. Pese a que llevara la ropa de una simple sirvienta, alguna que otra joya adornaba sus manos.
- Hola Elessen. – No podía seguir fingiendo.
- Esperad, ¿os conoceis? – el patrón palideció.
- ¿Qué pronto olvidas a tus amigos, no? ¿Cuánto ha pasado desde la última vez que…?
- Demasiado poco. Nunca pasa suficiente tiempo entre nuestros encuentros, te lo aseguro. ¿Cómo han cambiado las cosas para que hayas terminado retozando en la cama de este… bueno, del Conde? Espera, no me lo digas, no quiero saberlo. Conde – Christien volvió su atención a lo que importaba de verdad - ¿Qué caminó tomó la chica?
- Icaldi, no se lo digas. Sé lo que estás buscando. ¿Aun sigues obsesionado con encontrarla? La maldita ciudad no existe y esa chica no tiene por qué pagar tus infantiles locu…
El cuchillo de filo de plata centelló una vez al salir de la manga de Christien, otra al surcar la distancia que los separaba y una última mientras se hundía hasta la empuñadura en el pecho de una Elessen que solo podía devolverle una mirada sorprendida.
Cuando finalmente cayó al suelo, Christien volvió a fijarse en el atónico y asustado Conde Icaldi.
- Lo siento de veras, Conde, pero estoy seguro de que la muerte de su amante no influirá en nuestro acuerdo, ¿verdad?

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