6 de junio de 2012

Libremente cautivo.

Debajo de su capa de terciopelo rojo oscuro resplandecía la guardia ornamentada de un puñal largo y esbelto. Por encima de ella, el olor a rosas se entremezclaba con el del alcohol, engrandeciendo más si cabe el ego del señor venido a menos.
- ¿Está usted bien, señor? Se quedó mirándome y yo, pues…
El hombre entornó los ojos un momento y volvió a enfocar sus pupilas enmarcadas en verde.
- Estoy bien, estoy bien. – Pese a que su subconsciente le avisaba de que debía volver al presente, le costaba demasiado desembarazarse del pasado. Cada vez más. – Perdone si le he incomodado, yo…
Zambullendo la mano derecha en el fondo de su capa sacó un escudete de plata y la plantó con fuerza en la barra, donde al poco tiempo germinó una maravillosa copa de vino.
- No es necesario, señor, de verdad. Es muy amable pero debería irme, las noches no son seguras desde que el Muro del Oeste empezó a resquebrajarse.
- Tonterías. Imbecilidades, estupideces. Al futuro heredero de los Treewolf no le asusta un simple muro destrozado. ¿Conoces la historia de mi familia, joven?
La conocía. No lo dijeron sus palabras, sino su silencio. Su mirada, antes ligeramente vacilante se volvió ahora pétrea y afilada.
- Demasiado bien. Ahora le reconozco por fin, Christien Treewolf, señor de Ninguna Parte. El orgullo de su familia arrasó estas tierras hace ya más de 50 años, pero la gente no olvida. Debería tener cuidado de con quién habla… estoy seguro de que más de la mitad de los que se encuentran en la taberna esta noche le rompería las piernas sin dudarlo un segundo.
Christien abrazó con las dos manos la copa de vino y se asomó a su interior. En unos segundos, el líquido se abrió para dejar ver en su interior una luna del color de la plata, una daga en los pulmones y una fuente opalina de sangre.
- ¿Con que señor de Ninguna Parte, eh Caled? – susurró con una media sonrisa. – Disfruta de la muerte tanto como de la vida. Si ves a mi padre, dile que vas de mi parte, por favor.
Dejando atrás su taburete, Treewolf emprendió el camino de salida tambaleante, inestable a causa del alcohol y el cansancio. A su espalda, la voz del muchacho se perdía entre la multitud que daba codazos para llegar a la barra.
- ¿Cómo sabes mi nombre? ¿Es eso una amena… una amenaz…?
Y entonces, como un rayo, una flor granate nació en el pecho del hombre llamado Caled mientras se escurría hasta el suelo con una fuente carmesí brotando de sus labios.
Para cuando la gente se dio cuenta, la sangre empapaba los tablones de madera y Christien Treewolf había vuelto a desaparecer para siempre. 

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