21 de junio de 2012

Pandora.

Crepita el fuego en la chimenea al son de su propio ritmo.
- Tenemos que hablar.
Christien pone los ojos en blanco mientras apura el último trago de vino y se levanta de la cómoda butaca. “Tenemos que hablar” era una frase que, en cualquier momento de sus larga vidas, siempre significaba lo mismo: problemas.
- ¿Qué pasa ahora, Melissa? ¿Hay monstruos bajo tu cama? O quizás… ¿encima? – Christien rió de buena gana mientras movía los dedos picándola con sorna. La joven tenía casi los diecisiete pero le encantaba tratarla como a una niña… fundamentalmente porque ella odiaba sus burlas.
- Dejar de hacer el imbécil, tenemos problemas.
- Me lo temía, ¿Qué clase de problemas? ¿Quién está vigilando al Pintacuerpos? No lo habrás perdido otra vez, ¿verdad? No soportaré otro error.
- Nadie vigila al Pintacuerpos porque el Pintacuerpos está muerto. Pero sabemos quién ha sido, si nos damos prisa aun podemos…
- Mierda, mierda, mierda.
Aquel hombre era la pieza que le faltaba. El único que podría explicarle quien le había hecho el extraño tatuaje que adornaba su nuca. Dorado, de fino trazo y elegante, representaba un hermoso reloj de arena, o eso le había dicho Seryen al describírselo. Era extraño, porque no recordaba habérselo hecho nunca.
- Rápido Christien.
Echándose la capa roja al cuello cruzó el primero la puerta en dirección a la calle cuando…
El aguijonazo en el nacimiento del cuello le recordó demasiado al filo de un puñal. Notó el acero subiendo por su cuello, destrozándole la garganta, el tatuaje, la vida…
- No debiste soportar otro error. No he sido yo quien te ha matado, Christien, has sido tú mismo.
Con una sacudida y el corazón latiendo a mil por hora, Christien abrió los ojos. El fuego crepitaba en la chimenea, impredecible, indomable. Se palpó el cuello con cuidado. Intacto.
- Tenemos que hablar.
Esta vez no pone los ojos en blanco pero si apura el último trago de vino al incorporarse. No lo reconocería jamás pero mientras que una parte de él reía, la otra se acurrucaba asustada.
- ¿Qué pasa ahora, Melissa?
Pese a que casi tienen la misma altura, Christien flexiona levemente las rodillas para que sus miradas se encuentren más fácilmente.
- Tenemos proble…
Su mano, como un garfio, atrapa la garganta de la joven antes de que termine de hablar. Tiene la piel suave, tersa; Christien puede notar bajo ella como el aire entra cada vez menos en sus pulmones.
- ¿Sabes, Melissa? Cuando has muerto siete veces aprendes un par de cosas. La primera es a no sentir y la segunda… bueno, digamos que aprendes que, aparte de ti mismo – aumentó más la presión de sus dedos mientras partía su alma en pedazos a través de sus ojos – ni la vida, ni el mundo, ni por supuesto uno solo de los que moran en él importan una jodida mierda. Buenas noches, princesa. 

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