14 de junio de 2012

Por amor... amor.

El fuego se reflejaba en sus ojos como un ocaso nocturno sobre fondo esmeralda. Delante de él, la ciudad ardía, triste, deprimente, hasta sus cimientos. Todo su poder quebrado al momento por numerosas llamas vacilantes.
- La gente infravalora el poder destructivo del amor, ¿no crees?
Algunos rizos negros se le adherían a la frente por el sudor, siendo este el único signo de que había hecho algún esfuerzo, de que quizá había sido él quien acababa de provocar el hundimiento de la civilización.
-  ¿Es que no me has oído? Te he hecho una pregun… oh espera, siempre olvido que eres mudo.
La mirada irritada del muchacho le atravesó con osadía de parte a parte.
- En fin, al menos asiente o niega con la cabeza o puede que termine en el mismo sitio que tu lengua.
Un grito particularmente fuerte le hizo volver la atención al espectáculo que tenía delante, a tan solo algunos kilómetros. Estaba muriendo gente, mucha… pero eso el ya lo sabía. A los muertos que se producirían en los focos principales habría que sumarle las decenas que irían cayendo según se extendiera el desastre por toda la urbe.
Christien suspiró, evocando con los ojos medio cerrados el momento en el que se había fraguado tal matanza. Todo empezó con la eterna pregunta:
- ¿Me quieres?
¿Cómo no la iba a querer? El problema es que ella nunca hacia esa pregunta de manera casual.
- A veces creo que demasiado.
- Nunca se quiere demasiado. – Seryen hizo una pausa, le besó – Necesito que me hagas un favor, Lobo.
Lobo. Aquel apelativo provenía del pasado; provenía de un tiempo de muerte, de rebelión. Pero ella no lo sabía, por supuesto. Ella ni nadie. Christien se limitó a contestar lo evidente. Se le daba bien la retorica.
- Lo que desees, ya lo sabes. Si la recompensa es tu sonrisa, cualquier precio es pequeño.
Seryen rió. Y es que la encantaba reír, y ahí radicaba el peligro.
- Quiero Cielo y Tierra.
- ¿Cielo y Tierra? Aparte de una sutil metáfora, no te referirás a la ciudad, ¿verdad? Porque aparte de poseer unas murallas de varios metros de espesor y miles de guardias, necesitaría…
- No quiero que la conquistes, Christien. – Si era peligrosa cuando reía, lo era aun más cuando la seriedad se apoderaba de su rostro – Quiero que la destruyas. Quiero ver como arde, como se consume, como desaparece. Por favor.
El olor a humo le hizo regresar al presente de golpe. Si era capaz de derrocar una ciudad fingiendo que estaba enamorado, ¿Qué sería capaz de hacer por amor verdadero? Christien sintió un escalofrío.
-  ¿Sabes, Mudo? Creo que me estoy volviendo excesivamente frío – Mirándose las manos, palpó su anillo, recorrió las arrugas cuyo avance hubo quedado detenido hacia tanto tiempo – Está muriendo gente. Mucha. Y bueno, he destruido sus casas y todo lo que tenían… tal vez debería preocuparme más por la gente, por todo lo que estoy devastando… pero entonces recuerdo algo, Mudo. – Volvió a mirarle mientras se agachaba para ponerse a la altura del muchacho. – Que la gente me importa una mierda y que por mi… el mundo puede irse al infierno.
Mudo encontró entonces un fuego aun más caliente y aterrador que el que asolaba Cielo y Tierra. No eran llamas terrenales, era un poder encerrado en una pupila, un poder que acababa de ser liberado.
- Y ahora vamos – Christien se incorporó con soltura. – Necesito una copa de vino. No van a ser ellos los únicos que duerman calientes esta noche.

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