31 de agosto de 2013

Huele a inmensidad.

Huele a inmensidad y es por eso, precisamente, que no se atreve a abrir los ojos. Siempre le había dado miedo enfrentarse a todo aquello que, de alguna forma, era más grande que él. Le daba igual que fuera el matón del instituto, un plato de lentejas o la fuerza del destino. El miedo siempre había estado ahí.
La saliva abandona sus labios rápidamente, escondiéndose en la penumbra de sus glándulas, a la espera. También tiene miedo del futuro.
Los minutos pasan, comienza a hacer frío. Los primeros copos de nieve se depositan sobre su piel, despertando escalofríos en cada centímetro cuadrado de su ser. Va a despertarse porque sabe que si no lo hace, el fin, algo infinito y oscuro, se abalanzara sobre él…
- ¿Puedes decirme ya adónde vamos?
Delante de él, el mar. Está anocheciendo y las olas, paulatinamente más oscuras, acarician el litoral. Recorre el mundo con la mirada hasta encontrar su objetivo.
- Allí, señala.
Y por supuesto, no sabe como lo sabe, pero está seguro de ello.
No está lejos. El cabo, parecido al intrépido moribundo que estira el brazo para alcanzar la salvación roza el infinito con los dedos.
- ¿Y que se supone que hay allí? No parece más que… - hizo un gesto interrogativo – tierra. Desde luego no parece estar poblado aunque hay un muelle al final del cabo. ¿Vamos al muelle?
Evelyn tiene el cabello desenvuelto por el viento, como si acabara de salir de la cama. La nariz enrojecida por el frío le da un aspecto entre tierno y desvalido.
Iban al muelle. Pero él no creía que fueran a llegar jamás.
- Vamos al muelle.

  
La breve sábana blanca que cubre por completo el suelo cruje bajo sus pies. Algunos rayos de sol inciden sobre los arboles de troncos delgados que anidan en el páramo. Se hace tarde.
- Debemos regresar, es imposible que lleguemos antes de que caiga la noche.
El miedo está volviendo. Lo nota serpentear en el interior de sus venas, revolcarse en las cuatro cámaras de su corazón. Cierra los puños. No volvería a perder la oportunidad de seguir adelante. Y es que tenía la horrible sensación de que si lo dejaba ahora, jamás sería capaz de encontrar el camino de vuelta. Si ahora se echaba atrás, nunca regresaría.
- Tengo que continuar. Pero tú puedes volver, si es lo que deseas.
Ella le miró. Como le había mirado tantas otras veces. Una mirada irreal, imaginada, demasiado insondable para ser algo más que una utopía.
- No. Siempre estaremos juntos. 

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