-
No puedes irte. Eh, oye, vuelve aquí.
Evitando
que la puerta de la taberna se cerrara tras él, le atajó antes de que se
alejara demasiado.
-
¿Qué no puedo irme? – El muchacho se giró, sus palabras destilando malos
presagios y olor a cerveza rancia. - ¿Quién te crees que eres para decirme lo que
puedo o no puedo hacer?
-
Pues soy la chica que tendrá que arrastrarte hasta casa cuando estés demasiado
borracho para andar por ti mismo.
-
¿Perdona? Cuida tu lenguaje, puta.
Pese
a que el brazo salió disparado con velocidad, la bofetada nunca llegó a
culminarse. A escasos centímetros de su mejilla, otra mano, más pequeña, agarró
la muñeca del hombre.
-
Ni se te ocurra ponerle una mano encima.
-
¿Y tú quien eres?
-
Christien márchate.
Soltando
la muñeca del hombre, se interpuso entre él y la joven.
-
Soy su hermano.
-
No me lo puedo creer, ¿así que vienes a dar la cara por tu hermanita, eh? Pues
harías bien en mantenerla bien atada a esa pequeña putita metomentodo.
-
Vas a pedirla disculpas ahora mismo, - llevándose
la mano a la bota, desenfundó un pequeño cuchillo de cocina – Vamos.
La
sorpresa de ver a aquel chico que apenas debía llegar a los once años amenazándole
con un cuchillo de cocina pronto dio paso a la risa. Christien dudó un segundo,
bajó la guardia, y eso fue suficiente. El puñetazo atronó en su cabeza a través
de la nariz rota en mil pedazos. Brillantes y celestiales estrellas de luz se
posaron sobre sus ojos cuando cayó al suelo.
-
¿Disculpas? Da gracias que no te parto en dos ahora mismo, imbécil.
Christien
hacía el amago de levantarse ante los gritos de su hermana cuando, con una
fuerza sobrecogedora, aquella bestia con apariencia de hombre le agarraba del
cuello de la camisa y le arrojaba sobre un charco a unos metros de distancia.
El
resto de amenazas proferidas por la bestia mientras se alejaba nunca llegó a oírlas.
Solo era capaz de ver el rostro lleno de lágrimas de su hermana, que no dejaba
de hablarle.
-
Lo siento tanto, Christien. No debiste haberte entrometido, yo…
-
¿Te ha tocado? – llevándose la mano a la boca la retiró pringosa, llena de
sangre.
-
No.
-
Entonces a mi tampoco.
Trató
de sonreír, pero en aquel instante perdió la conciencia. Una vocecilla en el
interior de su cabeza le repetía sin cesar que no podría mantenerla a salvo
siempre, que ni siquiera él era inmortal… cuando despertó, cuatro palabras le
vinieron inmediatamente a los labios:
-
Lo sería. Por ella, lo sería.
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