16 de febrero de 2014

16/02/2014.

- No puedes irte. Eh, oye, vuelve aquí.
Evitando que la puerta de la taberna se cerrara tras él, le atajó antes de que se alejara demasiado.
- ¿Qué no puedo irme? – El muchacho se giró, sus palabras destilando malos presagios y olor a cerveza rancia. - ¿Quién te crees que eres para decirme lo que puedo o no puedo hacer?
- Pues soy la chica que tendrá que arrastrarte hasta casa cuando estés demasiado borracho para andar por ti mismo.
- ¿Perdona? Cuida tu lenguaje, puta.
Pese a que el brazo salió disparado con velocidad, la bofetada nunca llegó a culminarse. A escasos centímetros de su mejilla, otra mano, más pequeña, agarró la muñeca del hombre.
- Ni se te ocurra ponerle una mano encima.
- ¿Y tú quien eres?
- Christien márchate.
Soltando la muñeca del hombre, se interpuso entre él y la joven.
- Soy su hermano.
- No me lo puedo creer, ¿así que vienes a dar la cara por tu hermanita, eh? Pues harías bien en mantenerla bien atada a esa pequeña putita metomentodo.
- Vas a pedirla disculpas ahora mismo,  - llevándose la mano a la bota, desenfundó un pequeño cuchillo de cocina – Vamos.
La sorpresa de ver a aquel chico que apenas debía llegar a los once años amenazándole con un cuchillo de cocina pronto dio paso a la risa. Christien dudó un segundo, bajó la guardia, y eso fue suficiente. El puñetazo atronó en su cabeza a través de la nariz rota en mil pedazos. Brillantes y celestiales estrellas de luz se posaron sobre sus ojos cuando cayó al suelo.
- ¿Disculpas? Da gracias que no te parto en dos ahora mismo, imbécil.
Christien hacía el amago de levantarse ante los gritos de su hermana cuando, con una fuerza sobrecogedora, aquella bestia con apariencia de hombre le agarraba del cuello de la camisa y le arrojaba sobre un charco a unos metros de distancia.
El resto de amenazas proferidas por la bestia mientras se alejaba nunca llegó a oírlas. Solo era capaz de ver el rostro lleno de lágrimas de su hermana, que no dejaba de hablarle.
- Lo siento tanto, Christien. No debiste haberte entrometido, yo…
- ¿Te ha tocado? – llevándose la mano a la boca la retiró pringosa, llena de sangre.
- No.
- Entonces a mi tampoco.
Trató de sonreír, pero en aquel instante perdió la conciencia. Una vocecilla en el interior de su cabeza le repetía sin cesar que no podría mantenerla a salvo siempre, que ni siquiera él era inmortal… cuando despertó, cuatro palabras le vinieron inmediatamente a los labios:
- Lo sería. Por ella, lo sería.  

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