20 de febrero de 2014

Memorias de una resurrección (I).

Primero viene el frío. El aire avanza rápidamente por la tráquea hasta alcanzar los pulmones. Helado, agudo y doloroso, el oxígeno se clava en cada uno de los alvéolos, pulverizándolos, arrancándoles lamentos de dolor. Estás respirando de nuevo, sí, pero es la misma esencia del invierno lo que te inunda.
Los párpados tiemblan, ¿escalofríos o emoción? La sangre, hasta el momento detenida, coagulada, muerta, despierta de golpe y recuerda su cometido. El empuje del corazón ha renacido, al principio dubitativo, luego con más seguridad. La piel cobra de nuevo color, sí, pero es la misma esencia del fuego quien te da vida.
La pesadez de la no existencia poco a poco desaparece. El número escalones ascendidos desde el pozo de la muerte aumenta paso a paso. La mente regresa con un resplandor, la chispa que pone un organismo en marcha vuelve a estar dentro de ti.
Nunca sabrás como ha pasado pero aquí estas.
Has regresado.

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