11 de marzo de 2014

La chica del pelo de fuego.

- ¿Qué hacemos ahora, Robin?
El enorme abrigo, un par de veces más grande que ella, no terminaba de evitar que la alcanzara el frío. El viento, feroz e implacable, le helaba la nariz a través de la bufanda de lana, le enrojecía las orejas, le sorbía la vida.
- Seguir adelante. 
Llevaba días respondiéndoles lo mismo, era consciente de que más pronto que tarde, la gente que la había elegido como guía se volvería contra ella. ¿Quién sigue a alguien que no sabe adónde va? Nadie.
Pese a las innumerables cosas que había tenido que superar a lo largo de su corta existencia, lo único que realmente temía era admitir que tenía miedo.
No se mostraría débil delante de todos los que, a pesar de que en un principio se hubiera negado a aceptar la labor, confiaban en ella.
- Eso llevas diciendo desde hace semanas.
Esperaba esa respuesta y pese a ello, no logró encontrar una contestación que zanjara el tema, algo que argumentar a su favor.
- Ahora estamos semanas más cerca, ten paciencia.
Dentro de la gente de su pueblo existía la creencia de que el tiempo no era una infinita línea recta en el horizonte, como el resto del mundo creía. Para ellos, el tiempo tenía la forma de una circunferencia, como el sol, como la luna, como el fondo de un pozo; y algún día, cuando el círculo por fin se cerrase, todo empezaría de nuevo.
Volvería a nacer, volvería a ser una niña, a correr detrás del trineo de su padre, cayéndose en la nieve entre risas. Algún día el círculo se cerraría y volvería a cometer todos los errores, todos los fallos, todas las equivocaciones que sembraban su vida. Una y otra vez, eternamente.

Por eso nunca había querido aceptar el puesto de guía. Si no alcanzaba su destino, tanto ella como todos los que confiaban en su juicio estarían perdidos para siempre. 

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