- ¿Sabes cuál es tu
problema? Que sigues creyendo que puedes salvarme, que sigues buscando una redención
para mí.
- No es algo que crea,
es algo que sé. Puedo salvarte.
Christien sonrió, «no,
no puedes.»
Dejaron pasar los
minutos, uno detrás de otro, mientras lentamente la sala común de la posada se
vaciaba por completo. Cuando solo el crepitar de los últimos rescoldos del
fuego los acompañaba, respondió.
- ¿A qué has venido
realmente?
- Hay algo que quería
preguntarte.
- La pregunta que
salvará mi destino, vaya, vaya, hermano, cada día me sorprendes más.
- ¿A cuánta gente has
matado?
Christien ocultó su
sorpresa ante su igual de ojos azules. Así que era eso. No se trataba tanto de
salvarle a él como de salvarse así mismo. ¿Cuántas muertes debía soportar su
conciencia? La culpa te reconcome, y eso es solamente una victoria más para mí,
pensó deleitándose.
- ¿Es una pregunta
trampa?
- Contesta.
- Y yo que pensaba que
habías aprendido algo, sigues sobrevalorándome como cuando éramos críos…
- ¿Por qué?
Levantándose del sofá y
dejando la copa de vino sobre una mesita auxiliar, Christien zanjó la conversación
para irse a dormir:
- Porque hace años que
perdí la cuenta.
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