25 de diciembre de 2015

A cielo abierto.

- Jared, despierta. ¿Estás bien?
El cielo estrellado que nublaba la parte interna de sus párpados retrocedió rápidamente y el joven abrió los ojos con un quejido. Allí estaban de nuevo aquellas cuatro paredes negras, húmedas y mugrientas. Allí estaba de nuevo la oscuridad y el olor a sudor, a ratas y a orina.
Golpeó el suelo con los puños. Una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez. Pooooooom, pooooooom, pooooooooom. Aún vibraban los ecos de los tambores en sus costillas. Le sangraban los nudillos, la herida del antebrazo, el corte del hombro. Se palpó la sien pero retiró al instante la mano. Pulsos de dolor desde cada centímetro cuadrado de su piel.
Y a través del dolor… su voz.
- ¿Estás despierto, Jared? Háblame. Por favor.
- Estoy bien.
Las palabras le salían  a través de su garganta resollada, lastimada por el polvo seco de la arena. Por el polvo y por la desesperación que le consumía. Había estado tan cerca…
- Estás vivo.
Jared no se sentía vivo en absoluto. Se sentía como un condenado cadáver que ve como paladas y paladas de tierra le van sepultando bajo tierra. Cada vez más profundamente.
- Supongo.
- Estás vivo. No van a dejarte morir. Venciste, estarán esperando a que vuelvas a desmayarte para curarte las heridas. Todo irá bien.
- Nada va a ir bien, Maia. Podía haber escapado. Estaba tan cerca.
Aunque no podía verla, Jared enfocó la mirada en la rejilla que conectaba ambas celdas, la rejilla a través de la cual brotaban sus palabras amables. La rejilla a través de la cual había rozado su cálida piel con los dedos en cierta ocasión. De manera inverosímil, aquella reja de hierro le estaba manteniendo atado a la vida.
Silencio.
Los minutos transcurrieron lentamente, arrastrándose con miedo de avanzar, de revelar lo que ocultaba el instante posterior. Cuando por fin habló, Maia hizo la pregunta que llevaba un rato condensándose en el aire:
- ¿Por qué no huiste?
Con la respiración entrecortada por el frío y el cansancio, Jared cerró los ojos. Estaba temblando, empezaba a tener mucho frío.
¿Qué podía decirla? ¿Qué había vuelto por ella? ¿Qué jamás habría podido abandonarla? Aunque aun no era lo suficientemente consciente, ahí afuera había perdido el control. Había decapitado a un hombre muerto. Había gritado mientras su sangre se coagulaba en sus manos. Y sin embargo, allí estaba. Su voz en la memoria le había mostrado de nuevo el camino hacia la luz aunque irónicamente esa luz se encontraba ahora en la oscuridad de una mazmorra, desangrándose. ¿Qué podía decirla? ¿Qué la odiaba? ¿Qué odiaba el estúpido vínculo que había creado entre los dos y que le había obligado a regresar?
Tenía que romper ese vínculo. Tenía que quebrarlo, destrozarlo como si se tratara de una ramita seca. Y no lo haría por él. Lo haría por ella. Rompiendo el vínculo sería libre para escapar cuando tuviera la oportunidad. No podría soportar que volviera por él. No podía permitirlo.
- Me desorienté. – Gruñó, conteniendo las lágrimas. – Casi podía sentir la luz del otro lado pero me tropecé, caí, y cuando me levanté… me equivoqué de camino. Soy un imbécil.
En el silencio que siguió, Jared pudo ver con claridad como aquella respuesta no era lo que Maia estaba esperando. Casi podía oírla suspirar, rota.
- Saldremos de aquí, te lo prometo. Jamás voy a abandonarte.

Pero Jared ya no la estaba escuchando. Volando libre, su consciencia se encontraba ya muy lejos, deslizándose suavemente a cielo abierto. 

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