1 de enero de 2016

... como si de la más dulce de las noches se tratase.

He tenido que recomponer mis recuerdos con las sensaciones que se filtran en mi mente a través del olvido. Lo primero que sentí fue que me pesaban los pies como si tuviera rocas enormes dentro de las botas. El miedo era una bandada de flechas que hendían mi piel desde todas partes; una gran oscuridad amenazando con tragarme. Pero logré levantar el pie. Primero uno y después otro. Un paso, dos pasos, tres pasos.
No lo recuerdo, por supuesto, pero siento que según me acercaba a la Puerta fui seleccionando detalles de mi vida, episodios que, aunque breves, habían logrado convertirme en lo que era. Seguramente pensara en mi padre, en mi hermano. Lo más probable es que llorara al saber que nunca dejarían de buscarme, que me necesitaban y yo jamás iba a estar ahí para corresponderles.
Pero eso no me detuvo, traspasé la gran arcada sin mirarla – estoy completamente segura – con la vista clavada en la penumbra de más allá. Aunque no lo recuerde, siento esa oscuridad dentro de mí. Siento su calidez, sus dedos que me acariciaron (y aun me acarician) como si de la más dulce de las noches se tratase.
Y entonces, cuando me tocó dar aquel paso que era a la vez el último y el primero, pensé en ti. No hay soledad cuando, a día de hoy, pienso en el pasado. ¿Cuánto tardé en dar aquel último paso? Un segundo, quizás. Y sin embargo, pensé en ti. Porque aunque solo fuera un segundo, dos a lo sumo, no fueron dos segundos cualesquiera. Fueron los dos últimos segundos de mi vida y de algún modo, toda mi existencia estaba condensada en ese instante. Podría decirse que te dediqué la vida de un segundo o un segundo de mi vida… no voy a intentar explicarlo aquí porque ni siquiera sé si existes pero sí que soy plenamente consciente de que, si es así, sabes con certeza lo que quiero decir.
- Y pensar que todo lo que describes no tiene ninguna base.
- Claro que la tiene. Te juro que estoy sintiendo cosas. No recuerdo los hechos pero mi cerebro está filtrando mis sensaciones pasadas.
- De todas maneras, no vuelvas a decir eso en voz alta. Si alguien se enterara que estás recordando, aunque solo fueran sensaciones…
- Lo sé, lo sé. Pero es que me sacas de quicio, Christien.
- Y eso es algo que me encanta.
Seryen bufó, se recogió un mechón de pelo castaño tras la oreja y volvió a mojar la pluma en la tinta negra que dormía en el tintero.
- Si vuelves a interrumpirme escribiré en silencio, ¿vale?
- No espera. Tengo otra pregunta. ¿Por qué solo hablas de lo que has perdido? Hay tanta nostalgia en tus palabras… y sin embargo, hay cosas que han cambiado para mejor. Me has conocido a mí, por ejemplo. Y esto. – Christien tomó un abrecartas de la mesa y lo deslizó por la palma de su mano. Como una fina tela cuyos hilos se desprenden, la piel dejó paso a una delgada brecha color carmesí. No obstante, únicamente una gota roja logró escapar del tapiz pues al mismo tiempo que la piel se rompía el entramado empezó a recomponerse. Cuando Christien depositó de nuevo el abrecartas en la mesa ya no existía herida alguna en su mano. – Has perdido tus recuerdos pero has ganado la inmortalidad.
- Pero internamente no me siento inmortal. Internamente me siento vacía. No lo recuerdo, por supuesto, pero estoy segura de que yo no deseaba esto.
- Entonces, si pudieras volver atrás ¿no cruzarías la Puerta?
Seryen suspiró. La vista clavada en algún punto en la pared de mármol blanco que había frente a ella. A pesar de que el brillo níveo le hacía daño en los ojos cuando lo miraba mucho rato, no retiró la mirada. Tenía la sensación de que, de algún modo, aquel dolor la mantenía cuerda.
Volvería a cruzar esa puerta mil veces. Volvería a perder la memoria mil veces. Volvería a ser eterna mil veces. Porque sabía que, en algún momento del pasado, se había hecho esa promesa. Se había prometido que no volvería a perderse en los “casis”, en los “a punto”, en los “ojalá”. Sabía que se había prometido a si misma que cruzaría los límites y las fronteras las veces que hiciera falta, que no volvería a reprocharse el no haberlo intentado. Nunca querría por defecto, nunca lloraría por defecto, nunca sentiría por defecto.
Cuando volvió en sí hacia muchas horas que había anochecido. La tinta reposaba seca en el tintero que había dejado abierto y sombras monstruosas dominaban el cuarto. No estaba sola.  

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