He tenido que recomponer
mis recuerdos con las sensaciones que se filtran en mi mente a través del
olvido. Lo primero que sentí fue que me pesaban los pies como si tuviera rocas
enormes dentro de las botas. El miedo era una bandada de flechas que hendían mi
piel desde todas partes; una gran oscuridad amenazando con tragarme. Pero logré
levantar el pie. Primero uno y después otro. Un paso, dos pasos, tres pasos.
No lo recuerdo, por
supuesto, pero siento que según me acercaba a la Puerta fui seleccionando detalles
de mi vida, episodios que, aunque breves, habían logrado convertirme en lo que
era. Seguramente pensara en mi padre, en mi hermano. Lo más probable es que
llorara al saber que nunca dejarían de buscarme, que me necesitaban y yo jamás
iba a estar ahí para corresponderles.
Pero eso no me detuvo,
traspasé la gran arcada sin mirarla – estoy completamente segura – con la vista
clavada en la penumbra de más allá. Aunque no lo recuerde, siento esa oscuridad
dentro de mí. Siento su calidez, sus dedos que me acariciaron (y aun me
acarician) como si de la más dulce de las noches se tratase.
Y entonces, cuando me
tocó dar aquel paso que era a la vez el último y el primero, pensé en ti. No
hay soledad cuando, a día de hoy, pienso en el pasado. ¿Cuánto tardé en dar
aquel último paso? Un segundo, quizás. Y sin embargo, pensé en ti. Porque
aunque solo fuera un segundo, dos a lo sumo, no fueron dos segundos
cualesquiera. Fueron los dos últimos segundos de mi vida y de algún modo, toda
mi existencia estaba condensada en ese instante. Podría decirse que te dediqué la
vida de un segundo o un segundo de mi vida… no voy a intentar explicarlo aquí
porque ni siquiera sé si existes pero sí que soy plenamente consciente de que,
si es así, sabes con certeza lo que quiero decir.
- Y pensar que todo lo
que describes no tiene ninguna base.
- Claro que la tiene. Te
juro que estoy sintiendo cosas. No recuerdo los hechos pero mi cerebro está
filtrando mis sensaciones pasadas.
- De todas maneras, no
vuelvas a decir eso en voz alta. Si alguien se enterara que estás recordando,
aunque solo fueran sensaciones…
- Lo sé, lo sé. Pero es
que me sacas de quicio, Christien.
- Y eso es algo que me
encanta.
Seryen bufó, se recogió
un mechón de pelo castaño tras la oreja y volvió a mojar la pluma en la tinta
negra que dormía en el tintero.
- Si vuelves a
interrumpirme escribiré en silencio, ¿vale?
- No espera. Tengo otra
pregunta. ¿Por qué solo hablas de lo que has perdido? Hay tanta nostalgia en
tus palabras… y sin embargo, hay cosas que han cambiado para mejor. Me has
conocido a mí, por ejemplo. Y esto. – Christien tomó un abrecartas de la mesa y
lo deslizó por la palma de su mano. Como una fina tela cuyos hilos se
desprenden, la piel dejó paso a una delgada brecha color carmesí. No obstante,
únicamente una gota roja logró escapar del tapiz pues al mismo tiempo que la
piel se rompía el entramado empezó a recomponerse. Cuando Christien depositó de
nuevo el abrecartas en la mesa ya no existía herida alguna en su mano. – Has
perdido tus recuerdos pero has ganado la inmortalidad.
- Pero internamente no
me siento inmortal. Internamente me siento vacía. No lo recuerdo, por supuesto,
pero estoy segura de que yo no deseaba esto.
- Entonces, si pudieras
volver atrás ¿no cruzarías la Puerta?
Seryen suspiró. La vista
clavada en algún punto en la pared de mármol blanco que había frente a ella. A
pesar de que el brillo níveo le hacía daño en los ojos cuando lo miraba mucho
rato, no retiró la mirada. Tenía la sensación de que, de algún modo, aquel
dolor la mantenía cuerda.
Volvería a cruzar esa
puerta mil veces. Volvería a perder la memoria mil veces. Volvería a ser eterna
mil veces. Porque sabía que, en algún momento del pasado, se había hecho esa
promesa. Se había prometido que no volvería a perderse en los “casis”, en los
“a punto”, en los “ojalá”. Sabía que se había prometido a si misma que cruzaría
los límites y las fronteras las veces que hiciera falta, que no volvería a
reprocharse el no haberlo intentado. Nunca querría
por defecto, nunca lloraría por
defecto, nunca sentiría por defecto.
Cuando volvió en sí
hacia muchas horas que había anochecido. La tinta reposaba seca en el tintero
que había dejado abierto y sombras monstruosas dominaban el cuarto. No estaba
sola.
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