Tras las costillas, sus
pulmones brincaban sobreexcitados. Como durante aquella noche de pesadilla que
solo recordaba en sangrientos fragmentos, estaba perdiendo el control. Olía la
sangre, notaba la piel tirante de su espalda culebrear como si miles de horribles
gusanos la acribillaran por dentro, devorándola, atormentándola, consumiéndola.
Volvió la cabeza de
golpe en un movimiento que habría reducido a astillas las cervicales de
cualquier persona corriente. Reconocía el ser que tenía ante ella, sus ojos
grises que parecían de plata, sus cejas, su nariz, la línea recta que componía
sus labios. Más aunque podía reconocerle, era incapaz de recordar su nombre. No
era nada ni nadie y por eso iba a destruirlo.
En el tiempo que se
tarda en extraviar un suspiro, Seryen se plantó a él, ante aquel hombre de ojos
de plata que sostenía un cuchillo en la mano derecha y lo forzaba a entrar en
la palma de la izquierda. Un pequeño riachuelo de sangre manaba sin pausa e iba
a estrellarse contra el suelo. Aquella sangre la estaba volviendo loca. Alzando
el labio superior, Seryen gruñó a escasos centímetros de su rostro. Le enseñó
los dientes, clavó en él su ojo normal y aquel que parecía brillar con una
pupila vertical infinita.
- Seryen, ya basta.
La joven volvió a gruñir,
más fuerte, más cerca. Sus incisivos a un par de milímetros de la punta de la nariz
aguileña del muchacho. Pero en vez de atacar, habló. Habló con una voz ronca,
perdida, confusa. Una voz completamente rota y que apenas podía elevarse por
encima de un susurro agarrotado.
- ¿Por qué sigues aquí?
– Las palabras desfilaban una a una, lentamente. – Márchate, Ithan.
Ithan no pestañeó.
Respiró imperceptiblemente a través del estrecho rayo de sol que se había
colado entre los dos. Miles de partículas flotaban en su interior, dando
vueltas y girando sin descanso.
- Porque piensas que
estás sola, que a tu alrededor no hay más que oscuridad. Sigo aquí porque no
encuentras la salida, porque piensas que no mereces la pena. – Hizo una pausa.
– Sigo aquí, Seryen… porque aún sientes.
Y entonces, el delgado
hilo que mantenía unidas sus pupilas se rompió en mil pedazos. Con una
embestida Seryen saltó hacia delante y lo último que vieron los ojos de Ithan
antes de cerrarse fueron aquellos afilados dientes mancharse con su sangre.
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