17 de febrero de 2016

Porque aún sientes.

Tras las costillas, sus pulmones brincaban sobreexcitados. Como durante aquella noche de pesadilla que solo recordaba en sangrientos fragmentos, estaba perdiendo el control. Olía la sangre, notaba la piel tirante de su espalda culebrear como si miles de horribles gusanos la acribillaran por dentro, devorándola, atormentándola, consumiéndola.
Volvió la cabeza de golpe en un movimiento que habría reducido a astillas las cervicales de cualquier persona corriente. Reconocía el ser que tenía ante ella, sus ojos grises que parecían de plata, sus cejas, su nariz, la línea recta que componía sus labios. Más aunque podía reconocerle, era incapaz de recordar su nombre. No era nada ni nadie y por eso iba a destruirlo.
En el tiempo que se tarda en extraviar un suspiro, Seryen se plantó a él, ante aquel hombre de ojos de plata que sostenía un cuchillo en la mano derecha y lo forzaba a entrar en la palma de la izquierda. Un pequeño riachuelo de sangre manaba sin pausa e iba a estrellarse contra el suelo. Aquella sangre la estaba volviendo loca. Alzando el labio superior, Seryen gruñó a escasos centímetros de su rostro. Le enseñó los dientes, clavó en él su ojo normal y aquel que parecía brillar con una pupila vertical infinita.
- Seryen, ya basta.
La joven volvió a gruñir, más fuerte, más cerca. Sus incisivos a un par de milímetros de la punta de la nariz aguileña del muchacho. Pero en vez de atacar, habló. Habló con una voz ronca, perdida, confusa. Una voz completamente rota y que apenas podía elevarse por encima de un susurro agarrotado.
- ¿Por qué sigues aquí? – Las palabras desfilaban una a una, lentamente. – Márchate, Ithan.
Ithan no pestañeó. Respiró imperceptiblemente a través del estrecho rayo de sol que se había colado entre los dos. Miles de partículas flotaban en su interior, dando vueltas y girando sin descanso.
- Porque piensas que estás sola, que a tu alrededor no hay más que oscuridad. Sigo aquí porque no encuentras la salida, porque piensas que no mereces la pena. – Hizo una pausa. – Sigo aquí, Seryen… porque aún sientes.
Y entonces, el delgado hilo que mantenía unidas sus pupilas se rompió en mil pedazos. Con una embestida Seryen saltó hacia delante y lo último que vieron los ojos de Ithan antes de cerrarse fueron aquellos afilados dientes mancharse con su sangre. 

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