26 de mayo de 2016

Xícara.

Quizá esto sea todo, piensa Xícara mientras observa la celda desde el pasillo. Manteniéndose cobijada entre las sombras analiza a la muchacha que cuelga de la pared encadenada por las muñecas. El acero de los grilletes es pesado, duro y áspero y cualquier roce abre infinidad de pequeñas heridas en su piel; Xícara lo sabe porque no hacía tanto tiempo ella había ocupado aquel mismo lugar.
Instintivamente se rozó la piel de sus propias muñecas, acarició las diminutas cicatrices con los dedos. Al principio había querido por todos los medios que desaparecieran pero ahora estaba satisfecha porque no lo hubieran hecho pues la ayudaban a recordar que no siempre había estado en una situación afortunada, que había tenido que sumergirse hasta el cuello en el fango antes de poder salir a respirar.
— ¿Cuánto crees que vale?
Tonel era grande y ruidoso y Xícara le chistó por lo bajo para que se callara.
— Oh, vamos, está dormida o inconsciente o moribunda. En cualquiera de los casos no puede escucharnos.
Xícara la miró con más atención hasta comprobar que era cierto. El pecho de la joven subía y bajaba y una cortina de cabello oscuro y enmarañado le ocultaba el rostro. Aún así, Xícara conocía perfectamente el tesoro que se escondía en la cuenca de su ojo derecho.
— ¿Cuánto crees que vale? — repitió con insistencia, un matiz de ansia en la voz.
— Lo que nosotros queramos. Nunca he visto nada igual, la gente pagará por verla lo que le digamos, no tengas ninguna duda.
Lamentablemente, haber pasado por el mismo proceso que aquella desconocida no hizo que la ayudara, que se apiadara de ella o que intentara aliviar un poco su sufrimiento. Cazar o ser cazado, todo se reducía a eso e interiormente Xícara procuraba poner toda la distancia que pudiera entre ella y la muchacha. Mientras fuera la atracción, el bicho raro, el monstruo… ella estaría a salvo.
— ¿Puedo sentarme aquí a observarla mientras duerme?
Xícara se encogió de hombros. Ya estaba acostumbrada a las rarezas de Tonel.
— ¿No tienes nada mejor que hacer?
— No hasta que el señor Leo se despierte — negó. Los escasos pelos lacios que le remataban la cabeza se zarandearon como movidos por una corriente invisible.
— Haz lo que quieras entonces, pero ni se te ocurra acercarte. Que no vuelva a pasar lo de la última vez.
— Jamás, ama Xícara.
Caminando a pasos cortos a la vez que las rodillas de Tonel crujían al sentarse en el suelo, suspiró. Quizá aquello fuera todo. Quizá de niña le habían vendido cuentos sobre lo bonita que era la vida, sobre la infinidad de posibilidades y oportunidades que la gobernaban. Quizá la vida no fuera nada más que eso, que cazar o ser cazado. Sombras y sacrificios, sonrisas calculadas y ojos que esperan, el calor del látigo en la espalda. Si su alma no estuviera repleta de indiferencia puede que sintiera algún asomo de pena o rabia pero esos tiempos pertenecían al pasado.
A Xícara ya únicamente le importaba una cosa: que cuando llegara el final del día ella siguiera respirando. 

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