31 de diciembre de 2011

En una fría noche de invierno...


La nieve caía sin pausa, lentamente al principio, más rápido según se sucedían los segundos, los minutos y las horas. Pronto, el paisaje que veía desde el interior de la cueva empezó a cambiar, a transformarse. Las ramas de los abetos, los robles y las encinas, que soportaban estoicamente el peso del llanto helado del firmamento, empezaron a agitarse con el viento huracanado que traía consigo la ventisca. El muchacho se arrebujó un poco más en su capa de piel de zorro y lanzó algunos leños a la hoguera que reinaba a su lado.            « ¿Qué estoy haciendo aquí?»
Desembarazándose de sus guantes de cuero gastado, se miró las manos mientras, en el exterior, un lobo aullaba. ¿Qué buscaba? Analizando las finas líneas que componían la palma trataba, quizá, de buscar las respuestas a las preguntas de su vida. Quizá trataba de encontrar la señal que le dijera que el camino que recorría era el correcto, que las opciones tomadas hasta aquel momento fueron las adecuadas. No había forma de saberlo. Suspiró. Cerró los ojos.
- Venga, no seas cobarde. Son solo un par de pisos…
Delante de los niños, la pequeña escalera de caracol serpenteaba sin parar, introduciéndose en las profundidades de la torre. Una única antorcha iluminaba aquel tramo del camino, más allá un abismo insondable le aguardaba. 
- Subiremos la apuesta. Si vuelves y nos traes una de las pequeñas piedras oxidadas como prueba, J. te dará también su postre durante una semana.
- ¿Qué?
- Que si J., si no se va a atrever… - le susurró Ithan al oído mientras el otro muchacho no apartaba la vista de las escaleras, un gesto de pavor dominando su rostro. – Ya le conoces, es un cobarde…
- Eso ya lo sé, idiota – respondió en el mismo tono. – Solo que, ¿cómo repartiremos su postre entre dos?
- Ya encontraremos alguna soluc… - se interrumpió cuando D. se volvió para mirarles. Ithan le guiñó un ojo a J. en silencio. Ya lo hablarían durante la cena. – ¿Qué, D.? ¿Te atreves? No tendrás miedo de los fantasmas, los espectros y los bichos de noche, ¿verdad? – rió socarrón.
- Nnnn… no… - logró articular el pobre chico. Pálido como el papel, asintió. – Bajaré, ¿puedo llevarme la… la antorcha?
- Claro – J. e Ithan intercambiaron una mirada sorprendida. D. ni siquiera se atrevía a ir solo al retrete por las noches, ¿de dónde habría sacado el valor suficiente para bajar ahí abajo? – Te esperaremos aquí – añadió mientras le tendía la tea.
 Asomándose todo lo que pudieron, siguieron con la mirada como ambos, llama y muchacho, se perdían en las tinieblas. Sus pasos pronto dejaron de levantar ecos y se perdieron en el silencio.
Días después, cuando volvieron a ver a D. ya no era el mismo. Jugaba con ellos, hablaba de vez en cuando, pero jamás les dijo por qué tardó tanto en volver a subir… y pese a que Ithan decía que estaba igual que siempre, J. supo desde el principio que algo había cambiado.
« No debí permitir que bajara solo. »
Solo había una cosa de la cual se arrepintiera más que de aquello. Y aunque ni siquiera sabía si pasó antes o después del cambio de D., aún era capaz de recordar que ese día también nevaba.
- J., J. ¡J! – le susurró con fuerza. – ¡Despierta, estás en las nubes! Va a ser tan divertido… no nos conoce de nada, por eso hará que P. si caiga en la trampa. Yo les conduciré hasta aquí y cuando te diga, solo tienes que golpear con fuerza el árbol, ¿vale?
- ¿Quién es? – J. era algo reacio a gastarle bromas a alguien a quien no conocía. Si no fuera porque quería ver al idiota de P. cubierto de nieve de pies a cabeza no habría salido aquella mañana del Monasterio. - ¿Cómo se llama?
- Ahora no lo sé, pero después la llamaremos Pelo Nieve. – rió por lo bajo. – Es la hija de Craig el Molinero, creo. Luego se lo preguntaremos a P., si quieres.
A J. no le dio tiempo a hacer más preguntas. Cuando quiso darse cuenta, Ithan ya estaba muy lejos. Los segundos se persiguieron incansables hasta transformarse en minutos, y de pronto, la respiración agitada del muchacho le llegó a sus oídos.
- ¡Rápido J., ya vienen!
- ¡Está aquí! – exclamó cuando llegó junto al lugar tras el cual se escondía. – ¡Corred, necesita ayuda!
P. entró el segundo en el pequeño claro, justo detrás de la muchacha.
- ¡Ahora, J!
Pero él ya no le oía. El aliento se convertía en vapor al abandonar su boca mientras miraba, con los ojos muy abiertos, a la desconocida hija del tal Craig el Molinero. Sus ojos eran del mismo color que la corteza del roble y tenía las mejillas arreboladas por el frío…
- ¡J!
Con un empellón, el propio Ithan golpeó el árbol, dejando caer sobre ellos una tormenta de nieve, separando las dos miradas para siempre. 

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El reflejo de tu alma...