25 de enero de 2013

El Mensaje.

Fue él quien me enseñó por primera vez que todo el universo se encontraba en profundo equilibrio, que la rotura del mismo solo tenía una consecuencia, el caos.
- Voy a mostrarte algo. – desenredando una llave que lucía bajo la ropa, colgada en torno al cuello, abrió un pequeño cajón que se encontraba tras él, en una estantería casi junto al suelo. – Cuando las encontré fueron una revelación, un mensaje.
Depositando sobre la mesa el contenido del cajón, suspiró. ¿Había veneración en sus ojos? J. no estaba seguro de que aquel hombre al que llamaba Maestro sintiera tal emoción hacia algo superior. Era un hombre realista, directo, escéptico por naturaleza, calculador. Distante, frio, J. se había hecho una idea aproximada de cómo era ese hombre desde el primer momento… y no se había equivocado. Claro que él raramente se confundía al juzgar a las personas.
- ¿Qué decía el mensaje?
Lance rió. No, no era una risa. Aquel hombre apenas reía, apenas mostraba emociones: tan solo fue una breve agitación en la línea recta que formaban sus labios.
- Qué, no. Quien. Abre la caja.
Decorada profusamente con trazos y runas, J. habría dicho que la madera era de fresno, seguramente. Nada más palparla, una sacudida de energía embriagó sus sentidos, hizo brotar los invisibles tatuajes de su piel, que acudieron, raudos y veloces, a sus manos.
No obstante, no se lo dijo. Se guardaría aquella respuesta desconcertante de su organismo para sí, quizá no fuera importante, y él no quería parecer un estúpido delante de su Maestro.
Girando el cierre de oro lentamente, alzó la tapa: sobre el interior cubierto de terciopelo rojo sangre reposaban dos dagas de acero violeta. Finas y elegantes, J. vio en ellas la clara similitud de la que gozan las armas gemelas. Sin embargo, aparte de su belleza y el extraño acero violeta, nada más llamó su atención.
- ¿De qué está hecha la hoj…?
- No la toques.
Deteniendo la mano apenas unos milímetros encima de la que tenía más cerca, levantó la mirada. Escudriñando desde la profundidad de sus ojos oscuros, el Maestro le observaba.
- ¿Encuentras la diferencia entre una y otra?
J. volvió la vista a la caja, esta vez con más atención. Recorrió con la vista la hoja, la guarda… y entonces cayó en la cuenta de la diferencia.
- Hay un pequeño grabado en la unión entre guarda y hoja. En ambas el mismo circulo, pero en una lo cruza una línea horizontal y en otra vertical. ¿Qué significa? – frunció el ceño. Era extraño que alguien creara armas gemelas y luego forjara en ellas una distinción tan irrelevante. Si fuera herrero se sentiría insultado, aquella imperfección rompía la magia de la obra.
- Depende de a quien preguntes. La Vertical, como la llamamos, tiene su hoja polarizada. Según los alquimistas a los que he consultado, tal energía eléctrica contenida es imposible. El acero debería haber estallado hace mucho tiempo, pero sin embargo, resiste. En cambio la Horizontal es completamente inocua, salvo por el hecho de que… aunque a priori el acero con el que están fabricadas es el mismo, no lo es. – Lance cruzó las manos sobre la mesa - El metal que compone la hoja de la Horizontal es tóxico. Un simple rasguño con ella te mataría en cuestión de minutos.
J. las miró de nuevo, esta vez con respeto. Empezaba a entender la fascinación de su Maestro.
- ¿De dónde han salido? ¿Y por qué dotar de semejantes cualidades a un par de armas gemelas?
- ¿Y cómo lo hicieron? Esa es otra pregunta que yo también me formuló desde que las descubrí. No lo sé…  – musitó mientras cerraba el cofre – aún. Lo que si tuve claro desde el principio es que no son casualidad. El simbolismo que destilan… la muerte y la energía de la vida. La armonía de la existencia, el equilibrio. El amor y el odio, el día y la noche, la tierra y el cielo. Todo se encuentra en equilibrio, en una delicada estabilidad, Jared. Cualquier hecho, por pequeño que sea, puede desembocar en una alteración de ese equilibrio, y si eso ocurre… hay que estar preparado para afrontarlo. 

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