10 de mayo de 2013

Prefacio.

Supo que algo iba mal antes incluso que su padre. No es que su padre fuese muy atento con ellos, pero siempre les procuraba la que, a su parecer, era la atención que necesitaban.
Con un gesto extrañado, el muchacho amontonó un último pellizco de comida para pájaros al pie del gran sauce del jardín y se alejó unos pasos, en silencio. Las aves ya le conocían, por eso aquella vez tuvo que esconderse tras unos matorrales mientras, al principio solo un par, luego más, los petirrojos bajaban de las alturas y picoteaban el grano con ahínco.
Conteniendo el aliento, agachado, deslizó la flecha de plumas rojas fuera del carcaj y la introdujo entre sus dedos, ajustada a pulso en la parte central del arco que, meses antes, él mismo se confeccionara.
Pese a que solo llevaba un medio año entrenando con el arco, su maestro alababa sus avances profusamente. Cerrando el ojo derecho, inspiró aire tres veces antes de levantar con el disparo un gran revoltijo de plumas al pie del árbol. Enloquecidos y conocedores de la trampa, la bandada no tardó en escabullirse entre las ramas más bajas del árbol.
Christien sonrió, levantándose de un golpe. Claveteado contra el suelo, el pequeño petirrojo trataba sin éxito de desembarazarse de la flecha que le atravesaba el ala de parte a parte; no obstante, el chiquillo no se dio prisa. Disfrutando del momento, vanagloriándose en el poder que tenía sobre la criatura, observó los fútiles intentos del animal por liberarse de la presa, observó cómo se debatía, luchando por una vida que aunque él no lo sabía, ya se había terminado.
Cuando los suaves gorjeos le aburrieron devolvió la saeta al carcaj que llevaba sobre el hombro izquierdo y contemplando al pájaro en sus manos, le partió el cuello.
Fue entonces cuando supo que algo iba mal. Eterno defensor de los más desvalidos, Elfond ya debería haber aparecido. Conocía bien sus horarios y costumbres y siempre estaba a punto para interferir en su entrenamiento con el arco.
- ¿Dónde está el enano? – inquirió acercándose a los dos guardias que vigilaban una de las entradas del jardín. Zambulló al desdichado petirrojo en una saca de tela que le colgaba del cinto antes de preguntar. Su padre, al igual que Elfond, no aprobaba sus hábitos.
- Emmanuelle le mandó a por agua al pozo, señor. Ahora que lo dice, ya debería estar de vuelta, mandaré a un sirviente a buscarle si os urge.
Christien suspiró. Otra vez Emmanuelle. El imbécil del enano le había cogido un cariño especial a la joven lavandera y andaba día y noche detrás de ella. Debería haberlo pensado.
- Yo mismo iré a buscarle.
***
Escuchó los gritos desde las inmediaciones del claro. Aquel pozo era el más lejano del gentío del pueblo, sin embargo, Elfond prefería el agua de aquel. Con su voz aguda y gritona siempre decía que el agua de los bosques siempre sabía mejor que la del pueblo.
- ¿Elfond? – oteando el fondo del pozo con cuidado, Christien escudriñó las profundidades del mismo.
- ¡CHRISTIEN! – la voz sonó distorsionada, atravesada por los chapoteos que el joven daba por mantenerse a flote en el agua. – ¡No alcanzaba el cubo, me estiré y perdí pie! ¡Tienes que avisar a padre, creo que me he torcido el tobillo! Y empiezo a tener frío, menos mal que has llegado, Christien, me duele la garganta de tanto gritar, ya tenía miedo que anocheciera y no viniera nadie, yo… - cada vez hablaba de forma más atropellaba y Christien no lograba escuchar sus palabras con precisión – tenía tanto miedo…
El muchacho volvió la vista al claro. Parpadeando para volver a acostumbrar sus ojos a la luz, buscó algo con lo que ayudar a su hermano, sin encontrar nada. La cuerda que amarraba el cubo a la parte superior del pozo también había caído al agua, anulando esa opción de salvamento.
Su mirada se detuvo entonces en un mugriento tronco caído. En el futuro quizá se engañara a sí mismo pensando que ni siquiera lo había visto, que la idea de arrastrarlo hasta el pie del pozo y taponar con él su abertura no se le había pasado por la cabeza. No era odio ni crueldad lo que por unos segundos casi le hizo sepultar allí abajo al muchacho. Fue venganza, fue rencor, fue tristeza, fue dolor. Porque la vez que Christien había necesitado a Elfond con mayor urgencia en toda su vida… él le había abandonado.
Antes de decidirse, volvió a asomarse al pozo, dubitativo. La última luz del ocaso debió dibujar su sombra en el fondo, porque Elfond volvió a gritar.
- ¡¿Christien?!
Y con un suspiro, el niño por fin respondió.
- Tranquilo hermano, ya estoy aquí.
Aquel fue el primer día en el que estuvo a punto de matar a su hermano pequeño; aquel día fue cuando comenzó a fingir que le importaba, a fingir que aunque fuera remotamente… le quería. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

El reflejo de tu alma...