Supo
que algo iba mal antes incluso que su padre. No es que su padre fuese muy
atento con ellos, pero siempre les procuraba la que, a su parecer, era la
atención que necesitaban.
Con
un gesto extrañado, el muchacho amontonó un último pellizco de comida para
pájaros al pie del gran sauce del jardín y se alejó unos pasos, en silencio. Las
aves ya le conocían, por eso aquella vez tuvo que esconderse tras unos
matorrales mientras, al principio solo un par, luego más, los petirrojos
bajaban de las alturas y picoteaban el grano con ahínco.
Conteniendo
el aliento, agachado, deslizó la flecha de plumas rojas fuera del carcaj y la
introdujo entre sus dedos, ajustada a pulso en la parte central del arco que, meses
antes, él mismo se confeccionara.
Pese
a que solo llevaba un medio año entrenando con el arco, su maestro alababa sus
avances profusamente. Cerrando el ojo derecho, inspiró aire tres veces antes de
levantar con el disparo un gran revoltijo de plumas al pie del árbol.
Enloquecidos y conocedores de la trampa, la bandada no tardó en escabullirse
entre las ramas más bajas del árbol.
Christien
sonrió, levantándose de un golpe. Claveteado contra el suelo, el pequeño
petirrojo trataba sin éxito de desembarazarse de la flecha que le atravesaba el
ala de parte a parte; no obstante, el chiquillo no se dio prisa. Disfrutando
del momento, vanagloriándose en el poder que tenía sobre la criatura, observó
los fútiles intentos del animal por liberarse de la presa, observó cómo se
debatía, luchando por una vida que aunque él no lo sabía, ya se había
terminado.
Cuando
los suaves gorjeos le aburrieron devolvió la saeta al carcaj que llevaba sobre
el hombro izquierdo y contemplando al pájaro en sus manos, le partió el cuello.
Fue
entonces cuando supo que algo iba mal. Eterno defensor de los más desvalidos,
Elfond ya debería haber aparecido. Conocía bien sus horarios y costumbres y
siempre estaba a punto para interferir en su entrenamiento con el arco.
-
¿Dónde está el enano? – inquirió acercándose a los dos guardias que vigilaban
una de las entradas del jardín. Zambulló al desdichado petirrojo en una saca de
tela que le colgaba del cinto antes de preguntar. Su padre, al igual que Elfond,
no aprobaba sus hábitos.
-
Emmanuelle le mandó a por agua al pozo, señor. Ahora que lo dice, ya debería
estar de vuelta, mandaré a un sirviente a buscarle si os urge.
Christien
suspiró. Otra vez Emmanuelle. El imbécil del enano le había cogido un cariño
especial a la joven lavandera y andaba día y noche detrás de ella. Debería
haberlo pensado.
-
Yo mismo iré a buscarle.
***
Escuchó
los gritos desde las inmediaciones del claro. Aquel pozo era el más lejano del
gentío del pueblo, sin embargo, Elfond prefería el agua de aquel. Con su voz
aguda y gritona siempre decía que el agua de los bosques siempre sabía mejor
que la del pueblo.
-
¿Elfond? – oteando el fondo del pozo con cuidado, Christien escudriñó las
profundidades del mismo.
-
¡CHRISTIEN! – la voz sonó distorsionada, atravesada por los chapoteos que el
joven daba por mantenerse a flote en el agua. – ¡No alcanzaba el cubo, me
estiré y perdí pie! ¡Tienes que avisar a padre, creo que me he torcido el
tobillo! Y empiezo a tener frío, menos mal que has llegado, Christien, me duele
la garganta de tanto gritar, ya tenía miedo que anocheciera y no viniera nadie,
yo… - cada vez hablaba de forma más atropellaba y Christien no lograba escuchar
sus palabras con precisión – tenía tanto miedo…
El
muchacho volvió la vista al claro. Parpadeando para volver a acostumbrar sus
ojos a la luz, buscó algo con lo que ayudar a su hermano, sin encontrar nada.
La cuerda que amarraba el cubo a la parte superior del pozo también había caído
al agua, anulando esa opción de salvamento.
Su
mirada se detuvo entonces en un mugriento tronco caído. En el futuro quizá se
engañara a sí mismo pensando que ni siquiera lo había visto, que la idea de
arrastrarlo hasta el pie del pozo y taponar con él su abertura no se le había
pasado por la cabeza. No era odio ni crueldad lo que por unos segundos casi le hizo
sepultar allí abajo al muchacho. Fue venganza, fue rencor, fue tristeza, fue
dolor. Porque la vez que Christien había necesitado a Elfond con mayor urgencia
en toda su vida… él le había abandonado.
Antes
de decidirse, volvió a asomarse al pozo, dubitativo. La última luz del ocaso
debió dibujar su sombra en el fondo, porque Elfond volvió a gritar.
-
¡¿Christien?!
Y
con un suspiro, el niño por fin respondió.
-
Tranquilo hermano, ya estoy aquí.
Aquel fue el primer día en el que estuvo a punto de matar a su hermano pequeño; aquel
día fue cuando comenzó a fingir que le importaba, a fingir que aunque fuera
remotamente… le quería.
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