Ni siquiera soy
capaz de recordar cuanto tiempo pasé en aquella jaula, simplemente una madeja
de piel, huesos y harapos. El suelo cubierto de heces, el olor a orín y a
muerto embadurnando el aire, convirtiéndolo en algo tan irrespirable y espeso
como la sangre. ¿Ves mis hermosos pómulos? Una barba de más de medio metro los
ocultaba. Terrible, lo sé. – Aquel joven, que no parecía tener más de veinte
años, sonreía. – Pasé meses sin ver la luz del sol, sin mirarme en un espejo. Pero
lo sabía. Era plenamente consciente de que me estaba reduciendo a cenizas.
- ¿Cómo lograste escapar? – la joven, peinada al
estilo del Sur, el flequillo ondeando como una bandera frente a sus ojos de saúco,
únicamente era capaz de susurrar, sobrecogida.
No perdí el
tiempo en absoluto. Cada día, cada hora que estuve allí abajo lo dediqué a
seleccionar mis objetivos, mis motivaciones. Cada segundo lo invertí en
construir muros en torno a mí, en fortalecerme detrás de ellos. La certeza de
que la oportunidad de seguir adelante se presentaría tarde o temprano me daba
calor por las noches.
Algún día
cometerían un error. Algún día volvería a ser libre. Algún día iba a matarlos a
todos. Ese era el mantra que me repetía continuamente antes de dormir.
La chica tragó saliva. La frialdad de su voz le había
encogido el estómago.
- No obstante, les
estoy agradecido. Jamás nadie me había hecho un favor semejante como el que me
hicieron ellos encerrándome en aquella prisión.
- ¿Agradecido por qué? – preguntó la superviviente.
- Porque en la
oscuridad de aquel infierno me hice inmortal.
Satisfecho, con los pies encima de la mesa cubierta
de sangre, Christien Treewolf apuró su copa de vino mientras observaba los
incontables cadáveres que le miraban con ojos vacios desde cada centímetro cuadrado
del salón.
Muy bueno! Me gusta tu estilo.
ResponderEliminarUn beso :)