22 de noviembre de 2013

Inmortal.

Ni siquiera soy capaz de recordar cuanto tiempo pasé en aquella jaula, simplemente una madeja de piel, huesos y harapos. El suelo cubierto de heces, el olor a orín y a muerto embadurnando el aire, convirtiéndolo en algo tan irrespirable y espeso como la sangre. ¿Ves mis hermosos pómulos? Una barba de más de medio metro los ocultaba. Terrible, lo sé. – Aquel joven, que no parecía tener más de veinte años, sonreía. – Pasé meses sin ver la luz del sol, sin mirarme en un espejo. Pero lo sabía. Era plenamente consciente de que me estaba reduciendo a cenizas.
- ¿Cómo lograste escapar? – la joven, peinada al estilo del Sur, el flequillo ondeando como una bandera frente a sus ojos de saúco, únicamente era capaz de susurrar, sobrecogida.
No perdí el tiempo en absoluto. Cada día, cada hora que estuve allí abajo lo dediqué a seleccionar mis objetivos, mis motivaciones. Cada segundo lo invertí en construir muros en torno a mí, en fortalecerme detrás de ellos. La certeza de que la oportunidad de seguir adelante se presentaría tarde o temprano me daba calor por las noches.
Algún día cometerían un error. Algún día volvería a ser libre. Algún día iba a matarlos a todos. Ese era el mantra que me repetía continuamente antes de dormir.
La chica tragó saliva. La frialdad de su voz le había encogido el estómago.
- No obstante, les estoy agradecido. Jamás nadie me había hecho un favor semejante como el que me hicieron ellos encerrándome en aquella prisión.
- ¿Agradecido por qué? – preguntó la superviviente.
- Porque en la oscuridad de aquel infierno me hice inmortal.

Satisfecho, con los pies encima de la mesa cubierta de sangre, Christien Treewolf apuró su copa de vino mientras observaba los incontables cadáveres que le miraban con ojos vacios desde cada centímetro cuadrado del salón. 

1 comentario:

El reflejo de tu alma...