24 de enero de 2014

Las reglas han cambiado.

Levantando la azada por encima de su cabeza, el muchacho volvió a hundirla con fuerza en la tierra. Constelaciones de gotas de sudor perlaban su frente, resplandeciendo contra los rayos de sol abrasador que caían de forma inclemente sobre él. Una y otra vez trabajaba la tierra sin descanso, solo, o eso creía él.
- Agotado, ¿eh?
Levantó la cabeza, frotándose los ojos. Fulminando con la mirada al hombre que le había hablado, volvió al trabajo. Había muchos idiotas como aquel trabajando en la hacienda. Le miraban desde el fondo de sus sombreros de ala ancha, menospreciando su esfuerzo mientras supervisaban que no disfrutara de un solo segundo de respiro que no se hubiese ganado.
- Puedes disimular todo lo que quieras, pero sé que no puedes ni con tu alma. Mira esos brazos. Son las típicas ramitas de árbol joven de quien no ha vivido jamás de su físico. ¿Cuánto llevas trabajando aquí?
Jared estaba empezando a cansarse de ese tipo. ¿Qué cojones quería? Se quejaría al capataz en cuanto terminara su jornada, decidió.
- Sé de qué tienes miedo. – Una nube eclipsó al sol durante unos segundos, dándoles un momento de refrescante paz – Estas atrapado. Cada día de tu vida que dejas atrás ves como todo aquel que te rodea se marcha, como el mundo se expande, pero siempre más allá de ti. El tiempo pasa, y mientras tú permaneces aquí anclado, el mundo evoluciona. Sin ti, chico, el mundo evoluciona sin ti. Y eso te atormenta.
La nube pasó y el calor volvió a azotarles con fuerza. Jared entrecerró los ojos, colocándose la azada al hombro. Terminó por tomarse las cosas con filosofía y sonrió. Cabrearse era gastar fuerzas innecesarias, era no cumplir con la jornada, era pasar hambre.
- Tienes lengua de poeta. ¿Qué hace un poeta tan lejos de la ciudad?
- Mucho me temo que no estoy aquí en calidad de poeta. Estoy buscando a alguien.
- Este es un extraño lugar para buscar niños perdidos.
- No es un niño lo que busco. Es un fugitivo.
La sonrisa se le congeló en los labios. Mierda, mierda, mierda. Un millón de posibilidades se pusieron a gritar a la vez en la mente del chico. Golpéale con la azada en la cabeza y corre era la que más se repetía. Apretó los nudillos.
El hombre del sombrero había observado su  reacción y sonreía.
- ¿Vamos a seguir jugando, Jared?
- ¿Qué quieres?
- Las reglas han cambiado. Es hora de que el mundo evolucione… y de que lo haga contigo.  

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