Hace
calor. Pese a que la medianoche se encuentra ya próxima, el verano no deja de
apretar ni un solo minuto su abrasador abrazo de fuego.
-
Pensaba que no vendrías.
-
Nunca dejo pasar una oportunidad para verte, hermano.
-
¿Para verme o para atraparme? Sé que una montaña de oro caerá sobre la cabeza
de aquel que entregue la mía metida en un saco.
La
noche era clara, sin una sola nube que fuera capaz de eclipsar el reinado de la
luna en el cielo. Sus rayos de plata iluminaban vehemente la sonrisa del hombre
fiero.
-
Sabes que jamás sería capaz de entregarte, incluso después de todo lo que has
hecho, respondió el hombre asustado.
Era
el detonante que aguardaba. La sonrisa del hombre fiero se estrelló contra el
suelo, emergiendo los estridentes fragmentos de lo que, aunque algo tenebrosa,
tenía todos los tintes de ser una risa alegre.
-
De lo que no serías capaz es de acercarte lo suficiente para intentarlo, estoy
seguro.
El
sonido de la fuente de la plaza ahogaba el tumulto y la algarabía que ofrecían
a la noche las tabernas cercanas. El sonido de la fuente sumía, en cierto modo,
a los dos hombres en el silencio.
-
¿Y qué me dices de ti? ¿Serías capaz de atravesar la distancia que nos separa?
La
risa del hombre fiero quedó guillotinada de golpe.
-
Te cortaría la cabeza en menos de un segundo.
Ahora
fue al hombre asustado al que le tocó sonreír. Sin embargo, no era una sonrisa feliz,
era una sonrisa de hierro, de quien cree firmemente en una idea, de quien vive
únicamente por y para un propósito concreto.
-
Permíteme dudarlo. ¿Sabes lo que pienso? – Dio un paso adelante, ladeando la
cabeza imperceptiblemente. – Pienso que no tienes ninguna intención de matarme,
ni ahora ni nunca. Pienso que, cuando te levantas cada mañana, el odio que
sientes hacía mí, las ganas de destruirme, son lo único que te permite seguir
viviendo. Me necesitas, Christien, y eso es algo que sabes pero que jamás te
has atrevido a reconocer. Tienes miedo, y no puedo culparte de ello. Tienes
miedo de necesitar a alguien más que a ti mismo, porque la única vez que te atreviste no encontraste más que silencio. Te diría que he regresado, hermano,
pero eso no es cierto; yo nunca me he ido del todo.
El
iris verde oscuro en la mirada de Christien Treewolf resplandeció con un brillo
de odio antes de desaparecer.
Ya
solo quedaba un hombre en la plaza, un hombre fiero.
El
hombre asustado se había ido.
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