La llamaban el Nexo.
Aunque parecía que la vieja torre nacía a nivel del suelo en realidad era mucho
más profunda. Era el único lugar que conectaba la subterránea ciudad de Trenea
con el mundo exterior. Enclavada en el medio del desierto, recibía pocas
visitas y menos aún de gente que supiera su verdadero significado. Ellos lo
sabían. Eran Eternos.
- Es increíble, ¿verdad?
Era un mar de arena.
Estático, inmutable, las dunas se alejaban de ellos en todas direcciones hasta
alcanzar el horizonte. Posiblemente, el lugar más solitario del mundo.
- Pensar que dar un paso
más allá nos reduciría a cenizas. Estamos atrapados en la eternidad, Christien.
¿De qué nos sirve vivir para siempre si no podemos salir ahí afuera?
- Sabíamos que habría un
precio que pagar.
La miró y agregó:
- La reclusión perpetua es
un precio pequeño a pagar si la recompensa es pasarla a tu lado.
Seryen rió. Habían
tenido aquella conversación miles de veces pero siempre volvían al mismo lugar,
pivotando sin sentido en torno a la realidad.
- ¿Ese es tu objetivo en
la vida?
- Tu felicidad es mi
objetivo.
Y se abrazaron. Y a
pesar de que solo transcurrió un minuto el mundo pareció detenerse para siempre.
Tres años antes…
- Explícame por qué. Explícame
por qué su inocencia vale más que la mía, por qué la muerte de esas
desconocidas te importa mil veces más que la de tu propio hermano.
- Tú no estás muerto.
- Tengo tus ojos
clavados a fuego aquí – Christien se apretó la sien violentamente con sus
índices. – Me miraste un último segundo antes de abandonarme para siempre,
antes de correr hacia tu propia salvación. Nunca he podido olvidar esa mirada.
Dices que no estoy muerto pero tampoco estoy vivo del todo.
- Puedo ayudarte, si me
dejas puedo arreglar todo el mal que te hice… - Solo el susurro del hombre que
se sabe derrotado salía de sus labios. Llevaba años luchando por remendar
errores del pasado, por salvar a alguien que ya estaba condenado. Pero no
importaba. No podía rendirse. - ¿Qué objetivo tienes en la vida? No puedes
vivir únicamente para la venganza.
Rió. Sonaba como un
carraspeo sordo, como si su garganta estuviera siendo obligada a producir un
sonido que jamás antes había practicado.
- Ni lo pretendo. Primero
voy a vengarme, hermano. Te destruiré pedazo a pedazo, de dentro a afuera. Voy
a quitártelo todo hasta que llegue el momento en el que solo en la locura
puedas encontrar la paz. Y entonces, cuando por fin tu sangre resbale por mis
manos, empezaré a vivir. Ese es mi objetivo.
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El reflejo de tu alma...