2 de agosto de 2015

Buscando el sentido.

La inmortalidad que corría rauda y veloz a través de sus venas solo cobraba verdadero valor en momentos como aquel. Allí estaba, delante de él: los ojos cerrados, la postura relajada como si no se tratara más que de una estatua, una efigie irreductible hecha para satisfacer la voluble potestad de algún dios infinito.
Podría pasarse mil existencias mirándola y remirándola desde todos los ángulos. Pivotó en torno a ella, giró y se desplazó en silencio, analizando cada segundo de una piel que, demasiado preciada para ser acotada en centímetros, optaba por medir utilizando el tiempo que tardaba en recorrerla con los labios. Con delicadeza apartó los mechones de pelo que contorneaban su rostro, sorprendiéndose una vez más que semejante perfección no fuera de marfil; rozó sus mejillas con la punta de los dedos hasta llegar a sus labios. Los besó, una y otra vez, como si se trataran de una fuente de energía ilimitada. Fervientemente, la estatua que no lo era, que era pura vida, le devolvió el beso. Las pupilas de uno y otro se entrelazaron a través de los párpados cerrados pues aquel momento no podía perturbarse con mirada alguna.
Sediento, acarició su cuello, sintió su tersa suavidad en los labios, la calidez de la sangre bombeando en su interior. El frágil y precario equilibrio que pende entre la vida y la muerte traspasado una y otra vez con cada respiración, el olor de su ser haciendo naufragar sus sentidos y, al mismo tiempo, dotándolos de una razón para seguir existiendo. Continuó bajando, besó sus axilas, sus brazos, sus manos, cada uno de sus dedos.
Con cuidado, posó la oreja en su pecho desnudo. Sentía que el golpeteo de aquel corazón no era otra cosa que el irrefrenable latir del universo.
- ¿Se puede saber que estás mirando?
Seryen cerró de golpe el libro que sostenía en las manos mientras le fulminaba con aquellos ojos color caoba. La biblioteca estaba vacía y solo el silencio acusó la embestida fonética de sus palabras.
- Nada en especial.
- Eso me parecía.
Christien se encogió de hombros y continuó buscando el libro que necesitaba pese a que, interiormente, sabía que ya lo había encontrado.

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