La inmortalidad que
corría rauda y veloz a través de sus venas solo cobraba verdadero valor en
momentos como aquel. Allí estaba, delante de él: los ojos cerrados, la postura
relajada como si no se tratara más que de una estatua, una efigie irreductible
hecha para satisfacer la voluble potestad de algún dios infinito.
Podría pasarse mil
existencias mirándola y remirándola desde todos los ángulos. Pivotó en torno a
ella, giró y se desplazó en silencio, analizando cada segundo de una piel que,
demasiado preciada para ser acotada en centímetros, optaba por medir utilizando
el tiempo que tardaba en recorrerla con los labios. Con delicadeza apartó los
mechones de pelo que contorneaban su rostro, sorprendiéndose una vez más que semejante
perfección no fuera de marfil; rozó sus mejillas con la punta de los dedos
hasta llegar a sus labios. Los besó, una y otra vez, como si se trataran de una
fuente de energía ilimitada. Fervientemente, la estatua que no lo era, que era
pura vida, le devolvió el beso. Las pupilas de uno y otro se entrelazaron a
través de los párpados cerrados pues aquel momento no podía perturbarse con
mirada alguna.
Sediento, acarició su
cuello, sintió su tersa suavidad en los labios, la calidez de la sangre
bombeando en su interior. El frágil y precario equilibrio que pende entre la
vida y la muerte traspasado una y otra vez con cada respiración, el olor de su
ser haciendo naufragar sus sentidos y, al mismo tiempo, dotándolos de una razón
para seguir existiendo. Continuó bajando, besó sus axilas, sus brazos, sus
manos, cada uno de sus dedos.
Con cuidado, posó la
oreja en su pecho desnudo. Sentía que el golpeteo de aquel corazón no era otra
cosa que el irrefrenable latir del universo.
- ¿Se puede saber que
estás mirando?
Seryen cerró de golpe el
libro que sostenía en las manos mientras le fulminaba con aquellos ojos color
caoba. La biblioteca estaba vacía y solo el silencio acusó la embestida
fonética de sus palabras.
- Nada en especial.
- Eso me parecía.
Christien se encogió de
hombros y continuó buscando el libro que necesitaba pese a que, interiormente,
sabía que ya lo había encontrado.
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