20 de enero de 2016

Robin tenía los labios agrietados de tanto besar el viento.

Robin tenía los labios agrietados de tanto besar el viento. Faltaban varias horas para el amanecer pero ya llevaba un buen rato en aquella postura. Oculta detrás de los matorrales, la cuerda del arco tensada limpiamente, la punta de acero de la flecha resplandeciendo con la escarcha.
Silencio. La luz se filtraba desde el horizonte alargando las sombras de los pinos, dibujando figuras largas y sinuosas en el suelo congelado. Pestañeó despacio, tratando de no aprisionar las diminutas esquirlas de hielo que convertían sus pestañas en afilados puñales. El aliento se escapaba entre sus labios ansiando encontrar un lugar donde esconderse de aquel frío, recorriendo sus pupilas color azul cielo y brincando entre los mechones de su cabello de ascuas marchitas.
Robin siempre había llevado el fuego coronando su frente y el hielo endureciendo su corazón. Ni siquiera temblaba, sus dientes no se retorcían ante las bajas temperaturas chocando unos con otros. Los Zen-Alel no sienten el frío. Desde pequeños son entrenados para aguantar las noches más oscuras a la intemperie mediante la búsqueda de su camino interior. Un Zen-Alel es capaz de huir del mundo con solo cerrar los ojos; volviéndose invulnerable, imperturbable, inalcanzable. Su instrucción les guía en la penumbra que hay tras sus párpados, les muestra los senderos que les llevan hacia delante, hacia el crecimiento, hacia la consecución de sus objetivos.
Un Zen-Alel nunca se rinde y aunque Robin – la del pelo de fuego y el corazón de hielo – solo tiene siete años ni siquiera palidece cuando ve por fin acercarse al enorme oso blanco. Sus pisadas apenas hacen ruido sobre la nieve mientras se acerca. Robin solo porta una flecha; únicamente tendrá un disparo. Un disparo para penetrar la gruesa capa de grasa que protege por completo al animal, para esquivar sus costillas y atravesarle el corazón. La Prueba es sencilla porque es imposible.
Para entonces, el oso ya ha olido la sangre correr caliente y densa por las venas de la muchacha. Un reguero de saliva se congela en su mandíbula entreabierta a la vez que clava en la joven Zen-Alel sus ojos negros, infinitos, inteligentes, hambrientos. Cuando echa a correr es como si el fin del mundo hubiera llegado pero Robin sigue sin pestañear, sin mover ni un milímetro el arco.
El enorme oso blanco está a diez pasos.
A cinco pasos.
A tres pasos.
El enorme oso blanco salta.
Y solo entonces,

Robin dispara. 

1 comentario:

El reflejo de tu alma...