Sosteniendo el pequeño
frasco al trasluz, comprobó que la sustancia que contenía fuera auténtica. El
índigo de buena calidad tenía la consistencia viscosa de la mermelada y un
ligero color azul, pero dejaba perfectamente pasar la luz.
Le había costado tres
sobornos y doscientas lunas pero por fin lo tenía en sus manos. Introduciendo
el dedo índice en el interior de la pasta, se la untó en la parte de abajo de
la lengua.
Una de las ventajas del
índigo era que no tenía que esperar. Casi en el mismo momento en el que la
sustancia entraba en su organismo empezaba a sentir sus efectos: los colores se
intensificaron, sus movimientos se volvieron lentos, torpes e inseguros pero se
sentía bien.
- Has vuelto. Ha pasado
tanto tiempo desde la última vez que pensaba que no volverías.
Allí estaba. La razón
por la que consumía era él. Era como
mirarse en un espejo, algo más alto, menos corpulento y de ojos azules, pero
allí estaba su reflejo, hablándole.
- Necesito respuestas. –
La voz le salía pastosa; escupió a un lado. El índigo siempre le hacía salivar
demasiado.
- ¿Caer o volar? ¿Cuál
es la diferencia?
- No empieces otra vez
con las adivinanzas, me ha costado mucho volver aquí y no tengo apenas tiempo.
Tienes que ayudarme.
- ¿Qué le ocurre a tus
alas?
- No quiero vivir para
siempre.
Y entonces algo cambió
en la cara de su reflejo. Una expresión de sorpresa e incredulidad se adueñó de
su rostro.
- Mientes. Vivir
eternamente era un deseo que ya tenías de crío.
Christien no podía estar
seguro de que ese hombre tuviera razón pero sí que sentía, interiormente, que
había anhelado aquello durante mucho más tiempo del que era capaz de recordar.
Su reflejo alargó la mano, estiró la delgada
piel bajo sus ojos.
- Vaya. – La expresión
de sorpresa había girado a mil revoluciones por segundo hasta transformarse en
una sonrisa rasgada. – Veo en tus pupilas excesivamente dilatadas lo que
ocurre. He de admitir que esto no me lo esperaba. Jamás pensé que viviría lo
suficiente para verte asustado, pero aquí estas, asustado y… - la sonrisa se
hizo más ancha – enamorado.
- No.
Con un golpe rompió el
contacto entre los dos. Su reflejo se reía ya a carcajadas mientras se difuminaba
en el aire. Su voz le alcanzó una última vez antes de desaparecer por completo:
- Quieres vivir
eternamente, hermano, lo que no quieres es hacerlo solo.
El amor... lo que nos da la vida o nos la quita.
ResponderEliminarGenial entrada ;)