La alegre música de la
orquesta convertía en mero ruido de fondo todas y cada una de las estridentes
conversaciones de la gente que atestaba el salón. Únicamente existía la música;
la música y los bailarines.
- Viendo como les miras
pareciera que amas los bailes de salón, Chris.
- El baile me da igual.
- Lo sé. Pero ella no,
¿verdad?
Sonrió. Si supiera el
tiempo que llevaba apoyado en aquella columna mirándola, seguramente se
asustaría. Más aunque lo intentara no era capaz de separar la vista de un solo
cuerpo que no dejaba de moverse al vaivén de la eterna melodía.
- Verdad. - Aceptando la
copa que su amigo le tendía, le dio un par de tragos. – Es increíble.
- Es más que increíble,
colega. Si hubieras visto como llegó aquí, no era más que una chiquilla
asustada y lloricona. Tardó meses en comprender de qué va esto, cómo funcionan
las cosas. Nunca habría apostado por ella como Sucesora y mírala ahora: es
inteligente, bella, astuta. Su vida no tiene límites, al igual que su
potencial. Va a devolvernos lo que hemos perdido, te lo aseguro.
Jamás había intercambiado
una sola palabra con ella, pero no era necesario. No había más que mirarla para
detectar la electricidad que cabalgaba a través de sus cabellos.
- La quiero.
A su amigo no le hacía
falta mirarle para saber la expresión que surcaba su rostro.
- Lo sé. Y conozco la
razón.
- ¿Ah sí? ¿Cuál es la
razón? – preguntó divertido, volviéndose hacia él.
- Que es inalcanzable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
El reflejo de tu alma...