La lluvia caía
inquebrantablemente aquella noche, mordiendo con ahínco el viejo puente
abandonado. Con tanta violencia caían las gotas sobre la piedra que Elfond no
podía dejar de preguntarse si no estaría el cielo enfadado por lo que estaba a
punto de hacer. Llegando hasta la ladera del otro lado, bajó ágilmente por
entre litros de barro y cieno hasta encontrar cobijo bajo él. Casi imponía más
escuchar aquel repiqueteo furioso estando a cubierto que bajo su furia
inusitada. Quizá se sintiera culpable. Quizá estar protegido de la tormenta no
era lo que merecía.
- Nunca me había
relacionado con gente de tu calaña.
En la penumbra del otro
lado del puente una sombra que portaba un triste farol se puso a cubierto. Era
un milagro que esa llama tan diminuta hubiera sobrevivido a la intemperie durante
tanto tiempo. Eso o quizá el hombre no tuviera su escondite muy lejos de allí,
pensó.
- ¿Tanto asco te da
tratar conmigo que eres incapaz de llamarme por mi nombre? – acompañando sus
palabras de un ademán, el hombre se retiró la capucha que ocultaba su rostro y
dejó el farol en el suelo, entre ambos. Pese a la tela, tenía el pelo húmedo
pegado al cráneo, cejas pobladas y unos ojos que parecían resonar como el mar embravecido.
No tenía cara de ser lo que realmente era.
- No hay palabra para
describir lo que siento únicamente por hablar contigo, pirata.
El hombre rió.
- No suelo aceptar verme
con extranjeros y menos en días con semejante tiempo. Deberías estar agradecido
de entrevistarte con el gran Billy End. – Sonrió sin una pizca de simpatía.
- Necesito información sobre
el paradero de mi hermano. – le ignoró.
- Conozco a tu hermano,
es un buen amigo. ¿Qué ofreces a cambio de llevar a cabo semejante traición?
Christien no es conocido por su compasión, precisamente. Si se enterara de esto…
Elfond desenfundó su
espada lentamente. Ante tipos como ese había que marcar rápidamente el
territorio. Si olía un atisbo de miedo, de indecisión, de inseguridad, se te
echaban encima antes de que pudieras darte cuenta.
- Oro.
- No quiero oro –
contestó sin amedrentarse. – Tengo todo el dinero que quiero y si necesitara
más no tendría más que vender tu cabeza.
- ¿Y qué quieres
entonces?
Billy volvió a sonreír a
sabiendas de que tenía a su oponente acorralado. Podía pedir lo que quisiese,
era plenamente consciente. Oro, joyas, tierras, barcos, mujeres, más oro, más
mujeres… pero todo aquello podía conseguirlo de mil formas. Sin embargo…
- Protección.
La lluvia cayó entonces
todavía con más fuerza, como si supiera que todo aquello estaba mal y luchara
por impedir el acuerdo que se forjaba bajo aquel puente.
Elfond estaba atrapado y
él lo sabía. Negarse significaba perder la pista de su sanguinario hermano;
aceptar suponía proteger a un asesino, a un ladrón, a un violador; suponía traicionarse
asimismo, aplastar los valores en los que creía, estrujar su honor y lanzarlo
al fuego. Entrecerró los ojos y reduciendo la distancia que los separaba le
estrechó la mano.
- Lo haré.
Billy End sonrió por
tercera vez esa noche. Le gustaba que la gente le odiase y el hombre que en
esos momentos estrechaba su mano destilaba odio a raudales. El odio empaña las
almas y la suya estaba ahora mismo un poquito más cerca de la oscuridad.
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