14 de septiembre de 2015

Únicamente tendrás lo que con dinero puedas comprar, muchacho...

- Únicamente tendrás lo que con dinero puedas comprar, muchacho. – La despampanante mujer que tenía en el regazo se lanzó apasionadamente sobre su cuello y Christien tuvo verdaderas dificultades para seguir hablando - Esa es la lección de hoy.
Orviet le miró desde un sillón de terciopelo a unos pocos pasos de distancia. Aquello no estaba bien, Christien lo sabía, él lo sabía y puede que hasta esa maravillosa rubia cuyos pechos veía oscilar bajo la seda lo supiera. Bueno, quizá ella justamente no, pero daba lo mismo. Debía evitar semejante catástrofe.
- Estoy seguro de que no se fue voluntariamente, Christien.
- Poco importa, amigo mío. – Susurró con voz ronca. - ¿No está aquí, verdad? Pues ya está.
Volviendo a unir sus labios con los de ella, Christien se olvidó de todo, se olvidó de su cuerpo, pasó a respirar a través de los pulmones de aquella desconocida, a sudar a través de su piel, a disfrutar mediante sus sentidos. No necesitaba nada más.
Y mientras tanto, Orviet estaba en problemas. Frunciendo el ceño, negó con la cabeza en dirección a la morena de metro ochenta que le había costeado su camarada pero no se detuvo. Tragó saliva. Él no se encontraba allí por placer, su papel era otro bien distinto: ser la conciencia de Christien Treewolf.
- ¿Y qué pasa con la lealtad? Ni siquiera has hablado con ella, ni siquiera ha podido explicarse. Aunque claro, estoy hablando con el hombre que lanzó a su hermano a un pozo con apenas seis años. No sé que podría esperarse.
Haciendo de tripas corazón, Christien apartó a su caprichosa amante con un empujón. Sus labios hicieron un ruido de succión al separarse y Orviet sonrió. Le estaba cabreando.
- Me estás cabreando. ¿Por qué tienes que sacar esa estúpida anécdota a todas horas? Tenía seis años y mi hermano llevaba al menos dos sin bañarse. Todo el mundo me agradeció lo que hice. Tú me lo habrías agradecido si hubieras estado allí.
- Cometes un error con esa actitud. No serán los ojos de Seryen los que veas cuando despiertes si te acuestas con esa mujer.
La lengua de la prostituta seguían columpiándose en su piel, sus manos continuaban bailando alrededor de su cuello. Marcas de rojo, como estrías sanguinolentas, surcaban su torso.
- Apártate. Se acabó – Christien encontró sus pantalones detrás del sofá y se aventuró hacia la salida. – Me marcho, pero tú te vienes conmigo asqueroso canalla. Si no hay placer para mí no hay placer para nadie.
Orviet se asustó. Podía luchar contra sus ganas de retozar en la oscuridad pero sería imposible apelar a su cordura si decidía emborracharse.
- ¿Adónde vamos ahora?
- A buscarla, maldita sea.
«A buscarla, a encontrarla y a besarla.»

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