- Únicamente tendrás lo
que con dinero puedas comprar, muchacho. – La despampanante mujer que tenía en el
regazo se lanzó apasionadamente sobre su cuello y Christien tuvo verdaderas
dificultades para seguir hablando - Esa es la lección de hoy.
Orviet le miró desde un
sillón de terciopelo a unos pocos pasos de distancia. Aquello no estaba bien,
Christien lo sabía, él lo sabía y puede que hasta esa maravillosa rubia cuyos
pechos veía oscilar bajo la seda lo supiera. Bueno, quizá ella justamente no,
pero daba lo mismo. Debía evitar semejante catástrofe.
- Estoy seguro de que no
se fue voluntariamente, Christien.
- Poco importa, amigo
mío. – Susurró con voz ronca. - ¿No está aquí, verdad? Pues ya está.
Volviendo a unir sus
labios con los de ella, Christien se olvidó de todo, se olvidó de su cuerpo,
pasó a respirar a través de los pulmones de aquella desconocida, a sudar a
través de su piel, a disfrutar mediante sus sentidos. No necesitaba nada más.
Y mientras tanto, Orviet
estaba en problemas. Frunciendo el ceño, negó con la cabeza en dirección a la
morena de metro ochenta que le había costeado su camarada pero no se detuvo.
Tragó saliva. Él no se encontraba allí por placer, su papel era otro bien distinto:
ser la conciencia de Christien Treewolf.
- ¿Y qué pasa con la
lealtad? Ni siquiera has hablado con ella, ni siquiera ha podido explicarse.
Aunque claro, estoy hablando con el hombre que lanzó a su hermano a un pozo con
apenas seis años. No sé que podría esperarse.
Haciendo de tripas
corazón, Christien apartó a su caprichosa amante con un empujón. Sus labios
hicieron un ruido de succión al separarse y Orviet sonrió. Le estaba cabreando.
- Me estás cabreando.
¿Por qué tienes que sacar esa estúpida anécdota a todas horas? Tenía seis años
y mi hermano llevaba al menos dos sin bañarse. Todo el mundo me agradeció lo
que hice. Tú me lo habrías agradecido si hubieras estado allí.
- Cometes un error con
esa actitud. No serán los ojos de Seryen los que veas cuando despiertes si te
acuestas con esa mujer.
La lengua de la
prostituta seguían columpiándose en su piel, sus manos continuaban bailando
alrededor de su cuello. Marcas de rojo, como estrías sanguinolentas, surcaban
su torso.
- Apártate. Se acabó –
Christien encontró sus pantalones detrás del sofá y se aventuró hacia la salida.
– Me marcho, pero tú te vienes conmigo asqueroso canalla. Si no hay placer para
mí no hay placer para nadie.
Orviet se asustó. Podía
luchar contra sus ganas de retozar en la oscuridad pero sería imposible apelar
a su cordura si decidía emborracharse.
- ¿Adónde vamos ahora?
- A buscarla, maldita
sea.
«A buscarla, a encontrarla y a besarla.»
No hay comentarios:
Publicar un comentario
El reflejo de tu alma...