- Pero mírate, no tienes
nada, no eres nada. Yo puedo dártelo todo, si me sueltas puedo cambiar tu vida
para siempre.
Christien le sujetó con
fuerza por el cuello de su elegante camisa, empotrándole contra la pared que
había tras él.
- Cállate.
- No tienes por qué
matarme. Yo… yo… tengo dinero, ¿me oyes? Tierras, posesiones en medio mundo.
Solo tienes que soltarme y todo será tuyo.
- He dicho que te
calles.
Arrimando el cuchillo a
su sien, lo paseó lentamente por la piel de un rostro que temblaba de miedo
cada vez más violentamente. Sudores fríos le caían por la frente como torrentes
recién crecidos en plena estación de lluvias.
- Tengo siete hijos. El
pequeño acaba de cumplir los seis años, sería un aprendiz perfecto, un muchacho
encantador. Todo tuyo, pero libérame por favor.
Christien rió. No podía
creerse lo que estaba oyendo. Era la primera vez que oía a alguien intentar
salvar la vida encasquetándole un crío de seis años. ¿Le había visto cara de imbécil
o qué? Apretó los dientes, la risa cortada de raíz. Nunca se dejaba llevar por
la violencia sin sentido y más cuando necesitaba algo, como era el caso de
aquel tipo, pero esa vez fue diferente. Apretando el cuchillo cada vez y más
contra su piel empezó a sembrar aquel rostro de rojo.
- Piedad, te lo suplic…
Totalmente inmovilizado
contra la pared, solo pudo admirar como el puñal atravesaba limpiamente su
garganta hasta la empuñadura mientras la sangre brotaba a borbotones de su boca
entreabierta. Christien Treewolf pensó durante un segundo que quizá estaba
perdiendo el control, que quizá estaba naufragando en medio de una tormenta a la
cual no podría sobreponerse… pero le dio completamente igual. Estaba mereciendo
la pena.
Con un suspiro de placer
arrancó el cuchillo de la tráquea abierta de cuajo y sostuvo el cuerpo del
moribundo contra si, sintiendo la caliente humedad que fluía incansablemente de
su interior. Antes de dejarle caer en el suelo hecho pedazos acercó los labios
a su oído:
- No somos lo que
tenemos, somos lo que hacemos para conseguirlo.
-
Su pelo castaño, sucio y
enredado, ya casi alcanzaba a esconder bajo él sus grandes ojos de otoño. Con
resignación, Jared terminó de vendarse los nudillos a la lastimera luz dorada
que entraba a través de los barrotes de su pequeña habitación.
- No me gusta lo que
estás pensando.
Aquella voz, como
siempre que emergía, parecía no provenir de ninguna parte y de todas al mismo
tiempo. Los cuartos donde se alojaban todos los combatientes de las Arenas
estaban conectados por unas rejas de acero a ras de suelo. Desde donde estaba,
Jared podía ver los labios de Maia moverse en la semioscuridad, pero no sus
ojos. Nunca había visto sus ojos.
- No sabes lo que estoy
pensando.
- Claro que lo sé, te
conozco.
- Vamos, Maia, si ni siquiera
sabes de qué color tengo los ojos. Jamás me has visto.
Silencio. Quizá la
hubiera ofendido con el comentario. Jared se sintió mal al instante pues aunque
nunca se hubieran visto fuera de aquellas celdas era la única persona en mucho
tiempo por la que sentía algo de afecto; no obstante, no se sentía lo
suficientemente mal como para disculparse. Se giró, dándole la espalda a la
abertura, uniendo su espalda al muro que les separaba.
Cuando ya pensaba que no
contestaría, su voz llegó en un susurro cálido:
- Son marrones.
El muchacho parpadeó,
confuso. ¿Cómo podía saberlo? De repente, una oleada de rabia le inundó de
dentro a afuera. No podía permitirse confiar en ella, no podía confiar en ella
de ninguna manera. Cualquier día podía tocarle tener que clavarle una espada en
el corazón y todo sentimiento que albergara le mandaría directo a la tumba.
Apretando los labios, mintió:
- Verdes.
- Oh…
Casi pudo palpar su
decepción por haberse equivocado y de nuevo una sensación de culpabilidad le
agarró por las extremidades, zarandeándole. Estaba a punto de pedirla perdón
cuando ella continuó hablando con un hilo de voz que amenazaba con quebrarse:
- No somos lo que
tenemos, somos lo que hacemos para conseguirlo. Buenas noches Jota.
Apoyando la nuca en la
fría pared que les mantenía unidos, Jared suspiró. No solo sabía el color de
sus ojos, también conocía mejor que él lo que se escondía detrás. ¿Cómo era
posible?
- Buenas noches Maia.
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